sábado, 30 de octubre de 2010

Doña Pilar... yo tenía razón


Era yo, por entonces, un chaval de 8 ó 9 años. Colegio Lux, Alcalá de Henares, a principios de los 70 nada menos. Habíamos terminado de practicar la lectura, con un libro de texto que quizá alguien recuerde: CIMA. Contaba que cierto soldado griego, un tal Filípides, había fallecido tras recorrer una burrada de kilómetros para dar la noticia de la victoria de los griegos contra los persas. Doña Pilar, la profesora, nos preguntó si aquello había valido la pena.
Recuerdo bien que respondí que sí. No sé por qué, supongo que intuía que tenía que haber alguna razón. No recuerdo en absoluto las palabras de Doña Pilar, pero la impresión que me quedó grabada fue la de que Doña Pilar pensaba que había gente tonta, gente imbécil... y soldados griegos. Con el paso de los años vas conociendo a mucha buena gente que piensa más o menos como Doña Pilar: lo de que alguien se tome en serio lo de correr 42 kilómetros y pico es razón más que suficiente para irse al médico cuanto antes, a ver si se puede salvar algo todavía.
Sucedió muchos años después, siendo ya padre, que decidí explicarle a mi hijo el porqué de llamar maratón a una carrera de 42 kilómetros y 195 metros. Nos sentamos delante de la wikipedia y, de golpe, tantos años después, supe que Filípides había tenido una buena razón (la mejor de las razones, sin duda) para haber dado su vida corriendo. Resultó curioso comprobar que yo tenía razón... ¡30 años más tarde!
Pero, en el fondo, tampoco me sorprendió demasiado tener razón. Desde que terminé mi primera maratón tuve la certeza absoluta de que terminar una maratón siempre valió, vale y valdrá la pena. Pero eso sí, Doña Pilar, la disculpo a Usted porque hace falta vivir tal experiencia para entenderlo.

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