jueves, 24 de agosto de 2023

París Brest París

Hace años me hablaron de algo que se llamaba “brevet”, recorridos ciclistas no competitivos a realizar en un tiempo máximo. El chiste tonto es que debería llamarse “larguet”, porque la más pequeña son 200 km. Luego supe que había una especie de “brevet olímpica” en Francia, que se celebraba cada cuatro años desde hacía más de un siglo. Para poder participar tenías que acreditar antes cuatro brevets, de al menos 200, 300, 400 y 600 km. Porque la “brevet olímpica” en cuestión, que se celebra cada cuatro años, son 1.219 kilómetros, de París a Brest y vuelta en menos de 90 horas. Durante el recorrido se debe pasar por determinados controles, dos de ellos desconocidos a priori. En esos controles se sella una tarjeta, que cuidas como oro en paño todo el viaje.

Y es lo que hice estos días pasados: la vigésima edición de la París Brest París. Es de esas muchas cosas que uno no sabe explicar: qué nos lleva a 7.000 personas de todo el mundo a meternos en semejante fregado. Esto ya me ha pasado con un simple maratón. Y he aprendido a no intentar explicarlo, porque no se va a entender. Pero no puedo estar más orgulloso de haber podido con el reto.

Deportivamente hablando la prueba no tiene nada de especial. Lo esencial es diseñar la estrategia que pretendes seguir. Básicamente, qué llevas encima, dónde vas a parar a comer y cuándo y cómo vas a dormir. Porque si descansas razonablemente y te alimentas con la frecuencia debida, los kilómetros son solo kilómetros: es la cabeza la que te puede traicionar. Me gusta poco que se puede prestar apoyo externo: servicios de bag drop, por ejemplo, organizados por empresas privadas e incluso federaciones para que no tengas que llevarlo todo encima. Es algo parecido al Jacotrans del Camino de Santiago: lo respeto, pero así yo no lo hago. De hecho, he conocido a figuras de esto que ven mal hasta que se permitan los dispositivos GPS.

Simplificando, mi estrategia, y seguro que la de mucha más gente, era hacer unos 600 km. hasta Brest, dormir (hotel) unas cuantas horas (las más posibles), otros 300 km., dormir bien (un segundo hotel) y terminar con otros 300 km. Queda así un margen suficiente para eventuales incidencias: averías, esencialmente.

Hablando del GPS, realmente no es imprescindible. Jamás he visto semejante nivel de señalización en una prueba de ningún tipo. No he visto ni un solo punto en 1.200 kilómetros que me hiciera dudar del recorrido. Por cierto, cuando salí de Brest (de noche) no pude fijarme, pero al día siguiente comprobé que ya no ponía BREST en las flechas, sino PARIS: sonrisa enorme. Volvíamos a casa.

Quiero aclarar que aunque he dicho que deportivamente hablando no requiere ser un gran ciclista (al fin y al cabo me han sobrado 14 horas) y que sobre todo hace falta equilibrio, seguridad, confianza, etc., no deja de ser una prueba destructiva. En mi caso llegué con dolores intermitentes en la planta de un pie, dos dedos de una mano insensibles (me dicen los expertos que no me preocupe, que se pasa en unas semanas, las cervicales molidas, rozaduras exageradas en los apoyos en el sillín, molestias en una rodilla y un talón de Aquiles (por tener que ponerme de pie tanto a causa de las rozaduras) y mejor paro de contar 8-).

Amén de la estrategia, tienes que preparar con mucho cuidado el equipaje con el que vas a cargar (entre seis y siete kilos fácilmente). Las luces, por ejemplo, son esenciales. A unos 15 km. de meta, pasadas las 10 de la noche, un chaval francés (creo) me preguntó si tenía luces de recambio: iba alumbrándose con el móvil. Le dije que no, pero nos juntamos dos y entró con nosotros en meta. Y de igual forma deberías ser autosuficiente en caso de avería. Se me salió la cadena saliendo de Brest, se quedó enganchada entre el plato y el cuadro y no había forma de recolocarla. En la oscuridad, no podía ver que un eslabón se enganchaba en la placa de identidad de la bici. Me di media vuelta andando medio kilómetro y me lo arreglaron (hay servicio técnico en los puntos de control). Afortunadamente no perdí más allá de media hora. Al día siguiente me volvió a pasar, pero había luz para ver el problema, pero llegué a pensar que tenía que abrir la cadena y utilizar un eslabón rápido. En fin, que toda planificación es poca.

Hoy he sabido que el récord de participaciones lo tienen dos personas, que la han terminado 13 veces. Es alucinante. Deben tener más de 70 años. Yo no sé si volveré a hacer algo así o no. Y es que ha sido muy muy duro (y peor que podría haber sido con lluvia y más viento). Aunque la satisfacción es también enorme y he aprendido mucho. En todo caso, es recomendable hacer esto acompañado, para asegurar un ritmo mejor (llegar antes es descansar más tiempo), ayudarse en caso de avería, agotamiento, lesión, etc. De hecho, el último día tuve la suerte de poder unirme a un grupo de gallegos, fantásticos deportistas, con experiencia y encantadores compañeros de viaje (gracias a Borja, Manolo, Gordo, Ferreiro y… no me acuerdo de más nombres). Fuimos más rápido, gastamos bromas, arreglamos juntos algún pinchazo: para mi fue una pequeña gran ayuda al final del viaje.

Como decía al principio, no se puede explicar por qué uno se mete en algo así .Supera de largo lo que podemos llamar deporte sano: te haces daño sí o sí. Ni siquiera tienes el gusanillo de la competición. El único objetivo es llegar. Pero lo cierto es que al cruzar la meta estaba muerto pero pletórico, diría que “borracho” de bicicleta, no me acordaba de nada de lo que había hecho los días previos. Busqué a mi familia y, por supuesto, allí estaban. Molido, pero con el indicador de felicidad al 95% y el de orgullo al 100%.

Termino. No se lo recomiendo a nadie, excepto a aquellos que puedan entender qué se siente cuándo recorres 1.219 kilómetros en 76 horas, con la única compañía real de tu preciosa Focus Cayo.



jueves, 25 de mayo de 2023

Ironman de Lanzarote

Muy especial este Ironman (el séptimo). Los españoles tendemos a pensar que todo lo de fuera es mejor. Pero el hecho es que con todo lo inolvidable que fue hacer el de Hawai, el de Lanzarote no puede tenerle ninguna envidia. Quizá uno ya tiene asumida toda la (compleja) logística de llegar con una bicicleta, montarla, registrarte, hacer el check-in, la parafernalia de cualquier triatlón, etc. pero me ha resultado muy fácil todo y hasta cómodo.

Incluso el problema que tuve (afortunadamente el día antes) se resolvió en media hora: se me rompió el cable del cambio trasero. En algún otro Ironman hubiera dado igual, aquí equivalía a no poder ni empezarlo casi, pero en 20 minutos estaba totalmente resuelto por los chicos de Shimano.

En lo deportivo, no me puedo quejar, salió todo lo que había dentro, que es la clave para sentirse contento y feliz. La natación fue una balsa, en un tiempo, 1:21, que hubiera firmado antes de empezar sin dudarlo. Circuito perfecto, sin posibilidad de desorientarse: siempre se veían dos o tres boyas detrás. La bicicleta, fantástica, a pesar del viento (que resulta que era de los mejores años que se recordaban), del calor (que como se nubló un poco, no fue molesto, así que dando gracias) y de las cuestas (2.500 metros de desnivel, esto sí era peor que otros años, me dijeron). Inolvidables los paisajes, de una hermosura sin igual: mejor incluso que los de Hawai. Los enormes campos de lava, los múltiples volcanes, la vista de "el río" y La Graciosa, los preciosos viñedos excavados en las coladas de lava... subir pendientes del 12% y volar cuesta abajo (83 km/h... señor Jesucristo). Y el maratón, duro pero cómodo, sin circuitos ratoneros. Lamentablemente, donde mejor suelo hacerlo es donde probablemente lo hice peor. Aún así, puesto 15 de mi GG.EE. Pero con momentos bonitos, como cuando me acompañó Julián, un crack con el que estuve en en Kona el año pasado.

Pero si me he decidido a desempolvar el blog es sobre todo porque después de recoger mi medalla (3 de 6 objetivos conseguidos), tomar algo con los compañeros, recibir unos masajes, ducharme y cenar, nos fuimos a meta -por primera vez- a vivir el Ironman hasta el final, 17 horas después de meternos en el agua. Y aluciné. No sé decir quién, con el corazón en la mano, tiene más mérito: si los que llegan en poco más de ocho horas o los que llegan en casi 17 horas. Un espectáculo inolvidable, en español y en inglés, con la música perfecta, viendo llegar a gente destrozada que se animaba a correr durante unos poquitos metros de gloria vitoreados por los que allí quedábamos. Por supuesto, yo llevaba mi camiseta de finisher y algunos (siempre extranjeros) me preguntaban qué tiempo había hecho, me daban la enhorabuena... Y, por fin, lo que quería comprobar: allí estaba la ganadora, Lydia Dant, esperando al último finisher para ponerle la medalla. Al día siguiente, la noticia deportiva eran los insultos racistas a Vinicius. Pero no es noticia semejante muestra de deportividad: que el primero espere al último. En fin, es lo que hay.

Y por si semejante espectáculo fuera poco, cuando por fin todo terminó, suena el "What a Wonderful World" de Louis Armstrong. Malditos americanos, puñeteros reyes del espectáculo, igual que en la salida del maratón de Nueva York con la voz de Sinatra y la postal de Manhattan al fondo. En fin, no pudimos irnos hasta que terminó la canción... la piel de gallina.