jueves, 24 de agosto de 2023

París Brest París

Hace años me hablaron de algo que se llamaba “brevet”, recorridos ciclistas no competitivos a realizar en un tiempo máximo. El chiste tonto es que debería llamarse “larguet”, porque la más pequeña son 200 km. Luego supe que había una especie de “brevet olímpica” en Francia, que se celebraba cada cuatro años desde hacía más de un siglo. Para poder participar tenías que acreditar antes cuatro brevets, de al menos 200, 300, 400 y 600 km. Porque la “brevet olímpica” en cuestión, que se celebra cada cuatro años, son 1.219 kilómetros, de París a Brest y vuelta en menos de 90 horas. Durante el recorrido se debe pasar por determinados controles, dos de ellos desconocidos a priori. En esos controles se sella una tarjeta, que cuidas como oro en paño todo el viaje.

Y es lo que hice estos días pasados: la vigésima edición de la París Brest París. Es de esas muchas cosas que uno no sabe explicar: qué nos lleva a 7.000 personas de todo el mundo a meternos en semejante fregado. Esto ya me ha pasado con un simple maratón. Y he aprendido a no intentar explicarlo, porque no se va a entender. Pero no puedo estar más orgulloso de haber podido con el reto.

Deportivamente hablando la prueba no tiene nada de especial. Lo esencial es diseñar la estrategia que pretendes seguir. Básicamente, qué llevas encima, dónde vas a parar a comer y cuándo y cómo vas a dormir. Porque si descansas razonablemente y te alimentas con la frecuencia debida, los kilómetros son solo kilómetros: es la cabeza la que te puede traicionar. Me gusta poco que se puede prestar apoyo externo: servicios de bag drop, por ejemplo, organizados por empresas privadas e incluso federaciones para que no tengas que llevarlo todo encima. Es algo parecido al Jacotrans del Camino de Santiago: lo respeto, pero así yo no lo hago. De hecho, he conocido a figuras de esto que ven mal hasta que se permitan los dispositivos GPS.

Simplificando, mi estrategia, y seguro que la de mucha más gente, era hacer unos 600 km. hasta Brest, dormir (hotel) unas cuantas horas (las más posibles), otros 300 km., dormir bien (un segundo hotel) y terminar con otros 300 km. Queda así un margen suficiente para eventuales incidencias: averías, esencialmente.

Hablando del GPS, realmente no es imprescindible. Jamás he visto semejante nivel de señalización en una prueba de ningún tipo. No he visto ni un solo punto en 1.200 kilómetros que me hiciera dudar del recorrido. Por cierto, cuando salí de Brest (de noche) no pude fijarme, pero al día siguiente comprobé que ya no ponía BREST en las flechas, sino PARIS: sonrisa enorme. Volvíamos a casa.

Quiero aclarar que aunque he dicho que deportivamente hablando no requiere ser un gran ciclista (al fin y al cabo me han sobrado 14 horas) y que sobre todo hace falta equilibrio, seguridad, confianza, etc., no deja de ser una prueba destructiva. En mi caso llegué con dolores intermitentes en la planta de un pie, dos dedos de una mano insensibles (me dicen los expertos que no me preocupe, que se pasa en unas semanas, las cervicales molidas, rozaduras exageradas en los apoyos en el sillín, molestias en una rodilla y un talón de Aquiles (por tener que ponerme de pie tanto a causa de las rozaduras) y mejor paro de contar 8-).

Amén de la estrategia, tienes que preparar con mucho cuidado el equipaje con el que vas a cargar (entre seis y siete kilos fácilmente). Las luces, por ejemplo, son esenciales. A unos 15 km. de meta, pasadas las 10 de la noche, un chaval francés (creo) me preguntó si tenía luces de recambio: iba alumbrándose con el móvil. Le dije que no, pero nos juntamos dos y entró con nosotros en meta. Y de igual forma deberías ser autosuficiente en caso de avería. Se me salió la cadena saliendo de Brest, se quedó enganchada entre el plato y el cuadro y no había forma de recolocarla. En la oscuridad, no podía ver que un eslabón se enganchaba en la placa de identidad de la bici. Me di media vuelta andando medio kilómetro y me lo arreglaron (hay servicio técnico en los puntos de control). Afortunadamente no perdí más allá de media hora. Al día siguiente me volvió a pasar, pero había luz para ver el problema, pero llegué a pensar que tenía que abrir la cadena y utilizar un eslabón rápido. En fin, que toda planificación es poca.

Hoy he sabido que el récord de participaciones lo tienen dos personas, que la han terminado 13 veces. Es alucinante. Deben tener más de 70 años. Yo no sé si volveré a hacer algo así o no. Y es que ha sido muy muy duro (y peor que podría haber sido con lluvia y más viento). Aunque la satisfacción es también enorme y he aprendido mucho. En todo caso, es recomendable hacer esto acompañado, para asegurar un ritmo mejor (llegar antes es descansar más tiempo), ayudarse en caso de avería, agotamiento, lesión, etc. De hecho, el último día tuve la suerte de poder unirme a un grupo de gallegos, fantásticos deportistas, con experiencia y encantadores compañeros de viaje (gracias a Borja, Manolo, Gordo, Ferreiro y… no me acuerdo de más nombres). Fuimos más rápido, gastamos bromas, arreglamos juntos algún pinchazo: para mi fue una pequeña gran ayuda al final del viaje.

Como decía al principio, no se puede explicar por qué uno se mete en algo así .Supera de largo lo que podemos llamar deporte sano: te haces daño sí o sí. Ni siquiera tienes el gusanillo de la competición. El único objetivo es llegar. Pero lo cierto es que al cruzar la meta estaba muerto pero pletórico, diría que “borracho” de bicicleta, no me acordaba de nada de lo que había hecho los días previos. Busqué a mi familia y, por supuesto, allí estaban. Molido, pero con el indicador de felicidad al 95% y el de orgullo al 100%.

Termino. No se lo recomiendo a nadie, excepto a aquellos que puedan entender qué se siente cuándo recorres 1.219 kilómetros en 76 horas, con la única compañía real de tu preciosa Focus Cayo.



jueves, 25 de mayo de 2023

Ironman de Lanzarote

Muy especial este Ironman (el séptimo). Los españoles tendemos a pensar que todo lo de fuera es mejor. Pero el hecho es que con todo lo inolvidable que fue hacer el de Hawai, el de Lanzarote no puede tenerle ninguna envidia. Quizá uno ya tiene asumida toda la (compleja) logística de llegar con una bicicleta, montarla, registrarte, hacer el check-in, la parafernalia de cualquier triatlón, etc. pero me ha resultado muy fácil todo y hasta cómodo.

Incluso el problema que tuve (afortunadamente el día antes) se resolvió en media hora: se me rompió el cable del cambio trasero. En algún otro Ironman hubiera dado igual, aquí equivalía a no poder ni empezarlo casi, pero en 20 minutos estaba totalmente resuelto por los chicos de Shimano.

En lo deportivo, no me puedo quejar, salió todo lo que había dentro, que es la clave para sentirse contento y feliz. La natación fue una balsa, en un tiempo, 1:21, que hubiera firmado antes de empezar sin dudarlo. Circuito perfecto, sin posibilidad de desorientarse: siempre se veían dos o tres boyas detrás. La bicicleta, fantástica, a pesar del viento (que resulta que era de los mejores años que se recordaban), del calor (que como se nubló un poco, no fue molesto, así que dando gracias) y de las cuestas (2.500 metros de desnivel, esto sí era peor que otros años, me dijeron). Inolvidables los paisajes, de una hermosura sin igual: mejor incluso que los de Hawai. Los enormes campos de lava, los múltiples volcanes, la vista de "el río" y La Graciosa, los preciosos viñedos excavados en las coladas de lava... subir pendientes del 12% y volar cuesta abajo (83 km/h... señor Jesucristo). Y el maratón, duro pero cómodo, sin circuitos ratoneros. Lamentablemente, donde mejor suelo hacerlo es donde probablemente lo hice peor. Aún así, puesto 15 de mi GG.EE. Pero con momentos bonitos, como cuando me acompañó Julián, un crack con el que estuve en en Kona el año pasado.

Pero si me he decidido a desempolvar el blog es sobre todo porque después de recoger mi medalla (3 de 6 objetivos conseguidos), tomar algo con los compañeros, recibir unos masajes, ducharme y cenar, nos fuimos a meta -por primera vez- a vivir el Ironman hasta el final, 17 horas después de meternos en el agua. Y aluciné. No sé decir quién, con el corazón en la mano, tiene más mérito: si los que llegan en poco más de ocho horas o los que llegan en casi 17 horas. Un espectáculo inolvidable, en español y en inglés, con la música perfecta, viendo llegar a gente destrozada que se animaba a correr durante unos poquitos metros de gloria vitoreados por los que allí quedábamos. Por supuesto, yo llevaba mi camiseta de finisher y algunos (siempre extranjeros) me preguntaban qué tiempo había hecho, me daban la enhorabuena... Y, por fin, lo que quería comprobar: allí estaba la ganadora, Lydia Dant, esperando al último finisher para ponerle la medalla. Al día siguiente, la noticia deportiva eran los insultos racistas a Vinicius. Pero no es noticia semejante muestra de deportividad: que el primero espere al último. En fin, es lo que hay.

Y por si semejante espectáculo fuera poco, cuando por fin todo terminó, suena el "What a Wonderful World" de Louis Armstrong. Malditos americanos, puñeteros reyes del espectáculo, igual que en la salida del maratón de Nueva York con la voz de Sinatra y la postal de Manhattan al fondo. En fin, no pudimos irnos hasta que terminó la canción... la piel de gallina.

sábado, 31 de diciembre de 2022

Resumen de 2022

Se acaba 2022. Un año extraordinario en lo deportivo. Yo pensaba que 2020 y 2021 habían sido únicos, pero me equivoqué una vez más (de esas veces que da gusto equivocarte).

Empezamos en febrero, corriendo un año más el cross de mi universidad en mi formato preferido: ¿por qué no hacer un par de horas de bicicleta de carretera antes? Bueno, bonito y barato. Repetiremos en 2023.

Después vino el duatlón de media distancia del Jarama. Subcampeón de Madrid y rodeado de compañeros. Intentaremos repetir en 2023. Una semana después tocaba darlo todo en el campeonato de España (Soria), pero me lesioné entre semana y aunque no tenía sentido, tomé la salida... para abandonar enseguida. También intentaremos repetir en 2023, aunque será una semana antes en Híjar (Teruel). Eso sí, no creo que los torreznos que nos comimos puedan superarlos en la provincia aragonesa.

El segundo fin de semana de marzo hicimos la primera brevet del año, 200 km. Al lado de casa. Afortunadamente la lesión solo limitaba en la carrera a pie. Eso sí, y por esa razón, al día siguiente hice un trozo de media maratón de Alcalá y me fui para casa. Quince días después hicimos la segunda brevet del año, 300 km. Durísima, y no tanto por la distancia como por el viento a la ida. Hubo que celebrarlo, aunque fuera en un Burguer King.

El 14 de mayo nos fuimos un buen grupo del club a hacer el half de Pamplona. Sabía que lo había hecho al 100%, pero no fue hasta un buen rato después de llegar que supe que era subcampeón de España de mi categoría. No me lo creía: momentos así no tienen precio. Aunque siempre acabo pensando lo mismo: ¿y si nadara bien? Quince días después tocaba hacer el olímpico de Pareja y una semana después el half de Vitoria. Lógicamente todo ellos preparando el Ironman. Muy buenas sensaciones de nuevo, sobre todo corriendo.

El 26 de junio nos fuimos hasta Niza en un viaje épico. Ya lo he contado. El Ironman empezó mucho antes, como si el destino no quisiera que estuviera allí. Pero allí hice sonar la flauta lo mejor que sabía. Y sonó. Me acababa de buscar un problema, pero ahora me alegro de habernos metido en un lío así. Eso sí, antes de nada, una semanita después había que terminar una última brevet, de 600 km. Conocí gente fantástica. Pocos, pero muy bien avenidos. Y se hizo, objetivo cumplido, con lo que presumiblemente estaremos en la salida de la París-Brest-París en agosto de 2023.

El lío también lo he contado: 2 de octubre, maratón de Londres y 8 de octubre, Ironman de Hawai. Prepararlo fue una odisea, hacerlo fue un disparate, pero como casi todo lo que cuesta conseguir, valió la pena. Uno no trabaja y consigue puesto en la línea de salida de algo que incluya la palabra "World Championship" para no estar un ratito con los mejores. Por la prueba, por el resultado y por la fantástica compañía de José y familia.

Tras un descanso relativo volví este mes de diciembre a la actividad, con nuevos retos e ilusiones para 2023. Y ya el pasado 22 conseguimos algo inédito: mamá y papá (mi señora y el que escribe) subimos a los podios de nuestras categorías respectivas. Menudos garbanzos nos llevamos para casa. Pero sobre todo una vivencia inolvidable.

Y terminamos el año corriendo la Vallecana. No tengo claro en qué año corrí por primera vez allí, pero va camino ya de los 30 años. He buscado entre los papeles que guardo y aunque no he encontrado nada (pero recuerdo la invitación a cava de Solana) sobre aquella primera vez, sí he encontrado mi mejor registro en la Internacional (35:55, puesto 170). Ni me acordaba; realmente tengo mis dudas de que estuviera homologada por entonces, pero da igual: a pesar de los años, tengo el privilegio de seguir haciendo lo que me llena. Porque esta noche estaré allí. Y eso, no tiene precio.

Que 2023 os traiga todo lo que deseáis y merecéis.

lunes, 27 de junio de 2022

Ironman de Niza (2022)

Fue en 2019 cuando le pedí a Jorge que me ayudara en mi plan de hacer un Ironman bien de una vez por todas. Prueba seleccionada: Niza 2020. Vino el COVID y no hubo más remedio que replanificar todo el año, pero sin tirar la toalla. Y no se nos dio nada mal. Siguiente intento: 2021, pero las elecciones francesas obligaron a llevarlo a septiembre y me venía mal (maratón de Vilna). Vuelta a empezar: que sea en 2022… Primera lesión seria en enero, qué se le va a hacer. Y cuando me empiezo a recuperar (marzo, justo cuando me veía ganador en Soria) otra vez a parar un mes y medio. Ya sin apenas margen para volver a correr bien, me resigno a que basta con ser finisher una vez más, pero en abril vuelvo a ser subcampeón de España de media distancia y... todo dudas. No importa, no vivo de esto… best-effort, lo que salga…

A un mes y pico de la prueba, Bullet Bike me dice que no me lleva la bicicleta, que no le salen las cuentas (una y no más, santo Tomás). Menos mal que hay amigos (gracias, Nico) que te resuelven cómo llevarla. Pero llega lo peor: a menos de 48 horas antes de la prueba los controladores aéreos franceses deciden que se cancela nuestro vuelo. Cinco horas después estamos en el coche camino de Niza, porque ya solo tengo una cosa clara: vamos a terminar lo que empezó hace tres años. Menos mal que tengo la familia que tengo. Llegamos a Niza con el tiempo justo para recoger dorsal, pegatinas y todo lo demás; comemos y por la tarde hacemos el check-in con todo el material. Ya solo queda intentar descansar del “ironman” del viaje para hacer el “ironman” de verdad.

Un inciso… una vez leí un artículo que no olvidaré jamás. Simplemente planteaba, en el escenario de una carrera de niños, la duda sobre quién tiene más mérito: el que llega primero a meta entre aplausos, gritos y enhorabuenas o el que tropieza varias veces y no duda en volver a levantarse, aunque sea para llegar el último. Yo creo que la respuesta es que ninguno es mejor ni peor. Y que puedes ser tan bueno como el primero si lo has dado todo. Es mi forma de pensar y no creo que la cambie. Y si en 2016 ya entré con una sonrisa, a pesar del maldito sillín, en 2022 nada me iba a impedir repetirlo.

Por cierto, el Ironman de Niza es encantador. Y sería perfecto con menos calor, menos humedad, menos viento y menos desnivel. El infierno. Y menos mal que el Mediterráneo suele estar tranquilo. Rozaduras múltiples aparte, hice el tiempo previsto. Buena T1. Esta vez la bici está entera, pero el recorrido ha cambiado. Quizá porque en 2016 tenía otra preocupación, La subida al col de L’Ecre fue infernal. Había hoyas con un calor asfixiante. Dudo haber consumido tanta agua nunca. 2.450 metros de desnivel no es gran cosa, pero no es lo mismo con calor que a la fresca. Y aunque la bajada es un placer inmenso (meterte a 60 km/h por túneles excavados en la roca rezando para no haya nada tras la siguiente curva no tiene precio) cuando te acercas a Niza, te esperan 20 kilómetros de viento en contra 100%. Con el pie izquierdo más que dolorido, deseando bajarme a tomar el postre del maratón y terminar el calvario, habiendo visto alguna clavícula rota, alguno echando la papilla, de todo... llego a Niza y mi niña me grita que estoy en el puesto 30. Empiezo a pensar que lo hace para que no tire la toalla, pero es verdad. Y después de 3 años, dejas la T2 y te vas a por la distancia de tu corazón, 42 kilómetros, y empieza el Ironman de verdad, la lucha, a la ida con viento de espalda y a la vuelta con viento de cara. Las palmeras y las banderas lo dejan claro: no es brisa. Ni la carrera va a ser fácil.

Segunda vuelta de las cuatro: sin más información, solo gritos de cariño de mis dos princesas. Tercera vuelta: por fin información. En el km. 28 estoy en el puesto 11. En el 30 y poco ya soy noveno. Y queda una vuelta en la que solo vale algo que me fascinaba cuando era crío en la puerta de uno de los cuarteles militares de mi Alcalá querida (hoy de mi Universidad de Alcalá): TRIUNFAR o MORIR. En la reserva ya, no caben más geles, no cabe más agua, solo la ilusión, las ganas de no defraudar, saber que es ahora o nunca, que te da igual Kona, pero que quieres ir… Como hace seis años, me enfado con los que se paran en los avituallamientos y no me dejan coger agua, paso por la izquierda y por la derecha, pido perdón a los que molesto y ya al final doy a gracias porque los 42 kilómetros son algunos metros menos… y vuelvo a entrar en meta con calambres, pero con la ilusión de un crío.

Séptimo. Por fin un top-ten en un Ironman. Ya solo queda reunirme con mi gran equipazo, intentar descansar y ver qué pasa al día siguiente en el acto de asignación de plazas para el Campeonato del Mundo (la lotería, al fin y al cabo).

Y el lunes a las 10:00 toca bingo, porque cuando has sido séptimo en mi categoría solo te vale tener algo de suerte por una vez (otras veces no la tuve con el sillín, ni con la gastroenteritis, ni con los pinchazos… en algún momento tiene que cambiar la dirección del aire). Y en la ceremonia conozco a Bartomeu, segundo de su GGEE, un crack, y a quien por fortuna acompañaré en Kona. Mientras esperamos me confirma lo que yo suponía: hacer Lanzarote fue muy duro, pero se lo esperaba. Lo de Niza ha sido una barbaridad. Y conozco a un chavalín vasco -primero en su GGEE- que estoy seguro de que si quiere va a brillar en poco tiempo, con su orgulloso padre contándome que han decidido no ir a Kona... e imagino por qué.

Empieza el show. Seis delante, tres slots. El primero no está, empezamos bien. El segundo tampoco está, seguimos mejor. El tercero va a Kona. Vaya, ya solo quedan dos slots. El cuarto tampoco está, cruzamos los dedos. El quinto está y va, luego queda un slot. Y uno delante, solo uno, un tal Giovanni Canapini… pasan varios segundos eternos, dicen su nombre tres o cuatro veces, se hace el silencio y entonces sí, entonces sé que el sueño se ha cumplido, aunque no hayan pronunciado mi nombre, sé que nos vamos a Hawai. Y ese momento va al bolsillo de los momentos inolvidables de mi vida como deportista, a la altura de los dos campeonatos de España de mi niña, y como entonces rodeado de mis seres más queridos. Y escribiendo esto me doy cuenta de que esa alegría es más importante que el premio en sí. Porque en Kona estaré rodeado de grandes triatletas, pero al fin y al cabo yo ya entreno a diario con gente formidable: mi gran alegría es poder estar allí con mi familia.

Termino. Me he buscado un problemilla teniendo que correr el maratón de Londres y seis días después el Ironman de Hawai, pero lo difícil ya está hecho. Y es a toda esa gente con la que he aprendido, reído, disfrutado, ayudado, aconsejado, abrazado y una lista interminable de participios… es a toda esa gente a la que os doy las gracias, por haberme ayudado a hacer mi camino una experiencia vital inigualable. Y no es un tópico: esto no habría llegado sin todos vosotros. Gracias, amigos.

domingo, 12 de septiembre de 2021

Maratón de Vilna

Cuanto tiempo sin escribir...

Dos años y medio después de correr la última maratón y casi por casualidad, el pasado 12 de septiembre me puse detrás de la línea de salida de la maratón de Vilna (Vilnius en inglés), capital de Lituania, en el cajón B para más señas. Y como el cajón B iba de 3:00 a 3:30, justito al final, porque era lo que me entraba en la cabeza: bajar de 3:30. Bien lo sabe un chaval muy majete de Barcelona que, al ver la banderita de España que llevo en la camiseta, se me acercó y con él estuve charlando hasta que se dio la salida.

La carrera tiene poca participación (creo que no llegábamos a 1.000 participantes). Supongo que en un país así la carrera a pie no será el deporte más popular. No hacia demasiado calor (creo que llegamos con 22 ó 23 grados), pero sí algo de humedad para mi gusto. Tampoco el recorrido esespecialmente llano (el reloj marcó 240 metros de desnivel). Y animación, escasísima, a años luz no ya de las grandes maratones internacionales, sino de Sevilla, Madrid o Valencia. Pero no me aburrí: hacia el kilómetro 15, esta vez un sevillano me llamó al ver la banderita y con este fui hasta el kilómetro 30 y tantos.

Seguramente las maratones mejor ejecutadas son las que se corren con regularidad. Y nunca había corrido una maratón de forma tan regular: solo unos 15 segundos más lento la segunda mitad que la primera. Puesto 88 en el km. 10, puesto 85 en el km. 21 (-3), puesto 82 en km. 30 (-3) y puesto 60 en la llegada (-22: modo cacería). Considerando la falta de un entrenamiento mínimamente adecuado, la razón no la sé, quizá haberme visto obligado a correr a un ritmo que me resulta tan asequible... Me lesioné en junio y estuve cerca de una semana sin poder andar, dejaba pasar unos días y al volver seguía igual, casi había decidido no participar; solo a principios de agosto puede empezar a trotar, pero entonces me caí (todavía tengo secuelas), luego una contractura en un isquio, un principio de tendinitis en el Aquiles izquierdo… a finales de agosto vi que por fin podía trotar suavemente y decidí que aún tenía tres semanas hasta el día 12… nada menos... sí, lo sé, estoy tarado.

Por eso, pensaba sinceramente que hacer un tiempo de 3:30 era un éxito. Hubiera firmado 3:20. Pero el caso que me sentí bien toda la carrera. Me alimenté bien y con regularidad, bebía poco, pero casi en cada puesto de avituallamiento, no apreté cuando hubiera podido hacerlo y me mantuve fiel al ritmo que consideraba idóneo para llegar entero. Encontrarme al chico de Sevilla fue un lujo porque también iba muy regular. Solo pasados los 30 km. empecé a notar que se quedaba detrás y me fui para adelante. Por calles prácticamente vacías. Hacia tiempo que no corría nada donde no veía nadie delante, de esas veces que te preguntas si cuando llegues al cruce estará indicado correctamente hacia qué lado debes ir. Sufrí de verdad solamente en las últimas bajadas empedradas del centro de la ciudad. La foto de la legada lo dice todo: estoy mirando a Bego, que me esperaba en 3 horas y media, no veinte minutos antes, diciéndole que yo también estoy absolutamente sorprendido.

Añado algo más: laa bolsa del corredor, inigualable: la mejor que he visto en mi vida. La organización, sencilla, pero notable (era campeonato nacional de Lituania). La animación, muy escasa (los grupos musicales de las grandes maratones se sustituían con un par de coches de RedBull y grandes altavoces 8-). Me parece recomendable si además se aprovecha para hacer turismo, como tantas otras.

A diferencia de otras veces, sé que no he hablado más que de lo deportivo, pero es que la de Vilna ha sido una maratón especial para mi. Bajar de 3:10 con lo poco que he podido prepararla, solo quiere decir lo que ya sé: que esta es mi distancia, mi querida distancia.

Y ahora, a pensar en la siguiente…

lunes, 15 de abril de 2019

Maratón de Boston

Imagino que me tengo que ir acostumbrando a que cada vez iré más despacio. Un pequeño desastre, pero no daré explicaciones al resultado obtenido, porque cualquier cosa que escriba sonara a excusa, algo que odio. Así que intentaré ser objetivo y hablar solo de la maratón misma y alguno cosa más. Y es lo justo  porque, en mi opinión, la de Boston es una maratón de 10. 

La previsión del tiempo era horrorosa desde una semana antes. Fue mejorando poco a poco, pero la lluvia no nos la quitaba nadie... Al final, no llovió durante, pero sí antes de la carrera. A cántaros. La gente se agolpaba en la salida del metro: mejor llegar tarde que ahogarte. En previsión de ello me había cubierto las zapatillas con celofán transparente del ancho y eso me permitió conservar los calcetines secos en los 20 minutos que pasé bajo una lluvia torrencial dejando la ropa y viajando hasta el autobús. Poco después de llegar a Hopkinton (la salida) dejó de llover. Dos enormes carpas, aunque me temo que insuficientes si hubiera llovido allí. Pasé algo de frío, pero nada más. Comida, bebida y aseos de sobra.

Paseito hasta mi cajón, a escuchar el himno... y pum. La maratón de Boston empieza bajando, pero es dura. Es cierto que el desnivel es favorable (por eso no puede ser récord del mundo, además de por la distancia que hay entre salida y llegada), pero es muy dura. Cuando terminas de subir las docenas de pendientes que hay y empiezas a bajar, ya ves delante la siguiente subida. Solo la Heartbreak Hill es algo más larga, pero la dureza no viene de una colina, sino de la suma. Si no me equivoco, ya es llegando a Boston cuando llanea. Y además hay que sumar el clima. Al final no es que lloviera, que casi lo hubiera preferido, es que el calor que hizo y la humedad que sabía que haría, fueron notables, por decirlo con elegancia. Mala suerte.

Pero el recorrido, además de agradable, está lleno de gente de principio a fin. Puede que no sean las hordas de Nueva York, pero es increíble. Hay un punto hacia la mitad del recorrido donde las jovencitas del instituto de al lado salen a animar en masa, ocupando trescientos o cuatrocientos metros... y te dejan sordo. Me sacaron la sonrisa más grande de toda la mañana. Gente animando sin parar a los de las sillas de ruedas, a los marines que hacen el recorrido con el traje militar, que se desgañitan en cuanto identifican tu camiseta como de tal o cual país, con cartelitos de ánimo de todo tipo. Millas y kilómetros bien señalizados. El agua, el Gatorade, los plátanos, todo colocado a derecha e izquierda y con regularidad japonesa. Ni un percance, ni una mala cara... de lujo.


Lástima no haberlo disfrutado más. Siempre he dicho que a la media maratón tienes que llegar fresco, casi preguntándote que cuando empieza la carrera; pero esta vez no me pregunté nada. Sabía que iba roto como nunca lo había estado (aunque pasara en 1:28 y pico) y que lo iba a pasar muy mal. Y así fue. Tuve que andar multitud de veces. No sé por qué me dolían las piernas así. Se me aceleraba el corazón yendo casi parado. A veces me faltaba el aire. Entrando a Boston crece la animación, pero jamás se me había hecho tan cuesta arriba un llano. Cada vez iba más y más despacio. Solo en el último kilómetro apreté un poco, por puro orgullo. Y entré justito por debajo de 3:18. Di todo lo que tenía, porque tenía claro que si había un objetivo irrenunciable era llegar. Punto. Cuando tenía lesiones con 40 años me preguntaba si tendría que dejar de correr maratones. Y aquí estamos, solo hace falta perspectiva para apreciar la suerte que tengo 8-).




Contaré dos cosas más. Dos de los mejores momentos del viaje, de los que lo hacen inolvidable. El primero fue la "Bendición de los Atletas". De camino al Centro de Convenciones para recoger el dorsal vimos que en una iglesia iba a comenzar un acto religioso para bendecir a los atletas. En Youtube se puede ver el de 2018. Una iglesia preciosa, un coro de niños, un coro de mayores, hasta un gaitero, y un órgano para acompañarles a todos. Emotivo, sincero, hermoso, inolvidable. Al final, la pastora (de los varios que intervinieron) preguntó cuántos corríamos por primera vez, luego por segunda o tercera, hasta diez, luego hasta veinte, treinta, cuarenta y finalmente más de cuarenta. Tres personas se levantaron. Les preguntó la cifra: el primero dijo que había corrido Boston 41 veces, el segundo dijo que 48 veces, aquello se vino abajo de aplausos y el tercero se vio obligado a decir "only forty two" 8-). El récord lo tiene un señor con 58 maratones de Boston terminadas. Sin palabras.


Y por último, aunque no tenga que ver con el maratón, contaré que asistí al Boston Garden para ver el segundo partido de los playoff de los Celtics contra los Pacers. Ver un partido en directo de la NBA era un sueño que tenía desde joven. Tenía miedo de que solo estuviera bien, pero fue el mejor partido de baloncesto que he visto en mi vida: los americanos son los reyes del espectáculo. Ya no me quedan ganas de ir a ver partidos de baloncesto, creo que nada va a ser igual ya 8-). Inolvidable una vez más. Casi tres horas de disfrutar como un niño de cinco años, como el niño negrito que tenía delante, que no paraba de bailar y gritar "Defense, defense" y "let's go Celtics", además de festejar cada canasta. Asistía al encuentro también nada menos que Larry Bird, así que pude ver a la leyenda, aunque fuera al otro lado de la cancha.


Y vuelta al presente: el tanteo es 4-2; es decir, solo quedan Tokio y Londres... si es que no meten Seúl o alguna ciudad de Suráfrica, como he leído ya por ahí. Que tampoco me va a importar mucho 8-).

domingo, 16 de septiembre de 2018

Maratón de Berlín


Fue hace poco menos de un año que decidí correr la maratón de Berlín. Entre las formas de inscripción está la de batir una cierta marca, y así lo hice. No sé si conseguir plaza sin esa marca es complicado o no, pero allí había 44.000 personas. Nunca he corrido una maratón en septiembre y decidí que de ninguna manera iba a afectar a las vacaciones familiares, así que el entrenamiento se limitó a mantener cierta forma tras el Ironman de Frankfurt. Entrenamiento de calidad: cero (más exactamente: cero absoluto).

La inscripción para Berlín no es barata si comparas con otras maratones más cercanas, pero es barata si la comparas con las maratones de Nueva York, Chicago o Boston. Aunque, eso sí, si quieres una camiseta de finisher, te la compras. Y si no tienes chip, 6 euros por el alquiler. Y tienes que optar por guardarropas a la llegada o poncho, ambas o no. En fin, que las chuches te las pagas tú.

La pulserita
La feria del corredor, donde recoges dorsal e imperdibles (que no se respire pobreza) y la pulserita, está en el antiguo aeropuerto de Tempelhof, cerrado en 2008 porque no pueden aterrizar aviones grandes y al ser tan “urbano”, no puede crecer. La feria, como todas, salvo por el pedazo BMW que se supone que abría carrera. Compré geles (que se me habían olvidado en casa) y me hice con un cartel de recuerdo. No me queda claro por qué me revisaron la mochila al salir ¿no debería ser al entrar? Quizá era por si había robado las llaves del BMW. En fin, cosas de alemanes. Como el transporte público funciona de lujo, el mismo billete (familiar) para venirte del aeropuerto te vale para moverte por todo Berlín y volver al hotel. Igual de cómodo que aquí.

6:00 AM. Arriba. He dormido bien y me encuentro bien. Desayuno, visitas a Roca las veces que haga falta, revisar todo con cuidado y una vez que estamos listos, toda la familia hacia el Tiergarten. No sé si alguna vez he tenido menos nervios en una carrera, probablemente porque no siento ni la menor presión. Las piernas están para poco más que acabar, así que la estrategia es trivial: salir a un ritmo cómodo hasta que deje de serlo, y en ese momento, seguir a ese ritmo incómodo hasta que cruces la meta.

La salida...
Ya en mi cajón (C), se me acerca un chaval con camiseta roja de un equipo riojano y me dice: “Hola, yo conozco a Abi”: qué pequeño es el mundo. Después de saludarnos, me empieza a comentar sus tiempos y sus expectativas… y me recuerda a mí mismo hace muchos años. No le cuento que yo no he hecho ni una serie, que entreno muchas veces sin reloj, que estoy allí por puro placer y que llevo el reloj porque he quedado con mi familia en el punto de encuentro a una cierta hora. Lo mejor es que nos distraemos charlando hasta que presentan a los tres hombres y mujeres favoritos. Como en Nueva York, impresiona estar tan cerca de los mejores, alucinante saber tres horas después que nunca antes había estado tan cerca de un récord mundial. Enseguida comienza a sonar música celestial (creo que de Jean Michael Jarre), mientras el speaker dice “sixty seconds... thirty seconds”, la piel de gallina una vez más y… ¡pum!

Km. 19: animación de lujo
No he descansado bien durante meses. Es toda la explicación que puedo dar para explicar el estado de mis piernas y el resultado posterior, pero ya es tarde para llorar. Me dejo llevar y los kilómetros empiezan a caer según lo planeado, más o menos a 4:10. Las piernas se quejan desde el primer kilómetro, pero eso es todo: la cabeza manda, es de lo que estoy orgulloso: nunca falla. El ambiente es fantástico, la temperatura es buena (algo más de fresquito no me hubiera importado), no hay sufrimiento relevante. Hacia el km. 14 veo un negrito caminando (luego supe que era una de las liebres, que ya había explotado). Sigo cómodo (si sentir las piernas como las siento es estar cómodo 8-). Pero cruzo la media en 1:28:30 y aunque sé que queda lo bueno (digo, lo malo) empiezo a fantasear con que podría bajar de 3 horas, dado que sigue sin costarme apenas seguir el ritmo que llevo. 

Km. 32: cariñitos a la familia
Pero no. En el km. 25 se materializa "la maldición de mi tía Paca". Hace unos años nos encontramos en un velatorio, le dije que estaba muy bien y que hacía mucho deporte. Y me dijo que aprovechara porque cuando llegara a los 53 años, entonces me iba a enterar. Silencio absoluto… Maldita sea ¿sería verdad? Era verdad: uno de los músculos isquiotibiales que yo tengo en la pierna derecha (o todos, no sé) se empezaron a contraer sin remedio. Bromas aparte: ya había pasado por ello en Castellón en 2010. Si seguía trotando y medio cojeando la molestia solo era molestia, pero si apretaba, aquello subía de intensidad… y me iba a pasar lo que en Castellón. En el km. 31 me paro en un puesto médico para pedir ayuda (o sea, help). Desgraciadamente di con el único médico alemán que no habla inglés y que no entiende la palabra “contracture” ni siquiera “contraction in this muscle” (ya hablando como los indios) mientras le señalo el músculo con los dedos. En fin, se me ocurre decirle que si tenía Réflex (que ahora sospecho que es una marca española), con el mismo resultado: el tío empeñado en darme vendas, tres o cuatro veces. Total, que le doy las gracias y a seguir padeciendo. Supongo que al verme ir pensaría “pues no estabas tan mal si te vas sin las vendas”.

Avituallamientos cada 4 kilómetros o menos. Muy bien, menos la alfombra de vasos de plástico (somos muy guarros): no quiero pensar cómo queda el suelo cuando pasa el último. Muchísima gente y animando bien, pero eso sí: hay algo que es muy mejorable en la maratón de Berlín es la animación musical. En Nueva York solo había grupos de rock y alguno de góspel, pero con alegría, leches. Aquí es deprimente: jazz, cantautores tipo Lluis Llach, cantos regionales, bandas de barrio tristes, música clásica, pop… y alguna de rock o de percusión. Mira que me gusta casi cualquier tipo de música, pero para correr, poco más que rock… y cuanto más duro mejor.

Acabo. Me pasa mucha gente, como era lógico. Me alcanza el globo de las 3 horas. Así que ya solo queda arrastrarme. Como la pierna derecha no puede trabajar al 100%, la izquierda se come el trabajo (menos mal que no me lesioné). Es ahora, viendo las fotos del final cuando veo cómo me ha cambiado la cara. Pero el cielo está cerca: cruzar por debajo de la Puerta de Brandenburgo, a unos 300 metros de la meta, es un momento precioso si piensas en lo que representa esa puerta; sigo (pensando que al menos estoy haciendo el mismo tiempo de mi primera maratón) y cuando quedan 100 metros lo oigo: “Two hours, one minute, thirty nine seconds”. El italiano de al lado me mira con los ojos abiertos y yo asiento con la cabeza: “sí, lo que crees que has oído es lo que has oído”. 

Antes de acabar, mi opinión sobre ese récord del mundo, visto que es fácil encontrar comentarios de gente hablando de doping. Soy naturalmente confiado, creo que los deportistas no son tramposos y que todo el mundo merece credibilidad, a priori. En la foto se ve un recorte del diario AS con las predicciones de la revista Track and Field para el año 2000. Es de 1984 y me dio por guardarlo entonces a ver… El récord en maratón estaba entonces en 2:08:13 y para 2000 pronosticaba 2:04:20. Y creo que no se consiguió hasta bien después. No es fácil, pero los límites deportivos son para romperlos, y se rompen. Lo pongo solo por dar perspectiva.

El problema es que lo ha conseguido como Usain Bolt consiguió el 9’58 en los 100 metros, como alguien que está por encima de los mortales. Pero es que este señor siempre ha sido un crack (no es alguien del montón que de repente despega). De niño trabajaba como cabrero, y como a tantos keniatas, le tocaba ir al colegio y volver corriendo. He leído que es muy metódico en sus entrenamientos y además tiene la edad perfecta. Y luego está Berlín, el reino de los récords mundiales, por lo que sea (aunque yo casi he hecho la peor marca de mi vida 8-). Si encima añades buenas liebres a la coctelera, yo me creo el récord. Es mi opinión.

Termino: Nueva York, 10; Berlín, 9; Chicago, 7.