domingo, 27 de noviembre de 2011

Accidente

Esta semana leí un artículo sobre qué hacer cuando termina la temporada deportiva, antes de empezar la siguiente. Yo debo ser uno de los pocos a los que le da por tener un accidente.



El domingo siguiente al de la aventura neoyorquina decidí salir a hacer unos kilómetros tranquilos en bici. Al poco de salir de casa, rodando ya por la primera rotonda (la de Los Gorriones) el piloto de un coche que llegaba a la misma no me vio, entró a la rotonda y no pude esquivarlo, así que tuve un accidente bastante aparatoso: golpeé con el hombro en el coche, y me fui al suelo golpeando con la parte baja de la espalda (el culo, vaya) y después con la cabeza, además de arrastrar por el asfalto. Sin duda el casco me salvó la vida. Politraumatismo, escoriaciones, el casco roto, la chaquetilla rota, el culote roto... y la bici, intacta (le vino bien caer sobre mi).

Tras quince días de urgencias, médicos, curas, anti-inflamatorios, cremas y seguros, parece que ya puedo volver a lo que nos gusta: ayer pude nadar y correr sin demasiadas molestias y hoy he salido con la bici un ratito. Aunque apenas me molestaban los golpes, se notaba la inactividad ciclista tras cerca de dos meses sin coger la bici. Cada vez que pienso que esto pudiera haberme pasado una semana antes de irme a NY...

Al llegar hoy a la rotonda en cuestión los coches han parado mucho antes de que yo llegara. Si no hubieran respetado el ceda el paso, no me habría pasado nada, pero les he agradecido con la mano que hicieran lo que están obligados a hacer. Un mal trago que espero que no deje secuelas, pero que espero no olvidar cada vez que llegue a una rotonda porque al final llevamos absolutamente todas las de perder.

Contado esto, declaro oficialmente iniciada mi primera temporada seria de triatlón, con el objetivo mínimo de terminar elegantemente un triatlón olímpico y el objetivo máximo de terminar como pueda un medio IM. Para ser sinceros, el objetivo mínimo me parece ridículo, pero el objetivo máximo quizá es demasiado objetivo, así que ya iremos viendo.

Habrá que empezar fortaleciendo, seguir acumulando resistencia poco a poco y desde luego mejorando la técnica de bicicleta y natación. Tengo buenos profesores de los que aprender y con un poco de suerte, en el curro me quitan trabajo este año (más ya no me pueden dar, creo 8-).

Así se lo pediré a Melchor. Por si lo ve complicado, también le pasaré un extenso pedido de material de triatlón 8-).

martes, 8 de noviembre de 2011

Maratón de Nueva York

"You may say I'm a dreamer
But I'm not the only one
I hope someday you'll join us
And the world will live as one"
(Imagine, John Lennon)

La historia de mi maratón de Nueva York comienza con un tranquilo paseo, a las 5:30, desde el hotel, en la calle 34 con la avenida Lexington, hacia la New York Public Library, en la Quinta Avenida, lugar de salida de los autobuses que nos habían de transportar hasta la salida, en Staten Island.

La maratón de Nueva York recorre los cinco barrios que forman la ciudad, el más conocido de los cuales es la isla de Manhattan. La salida está a más de 20 kilómetros, así que la organización se encarga de llevarte hasta allí desde varios puntos de la ciudad.

Iba tranquilo, disfrutando de esas madrugadas que tanto me gustan, convenciéndome aún de la importancia de tomarme la carrera con calma, como me había aconsejado todo el mundo, hasta que veo una fila interminable de autobuses a lo largo de la Quinta Avenida, todos con el cartel de línea “MARATHON”, y cientos de corredores que los van llenando de tres en tres… y no es hasta ese momento, después de tantos meses y meses pensando en esta carrera, preparando el viaje, en que me doy cuenta por fin de que aquello va a ser muy distinto de todo lo que había corrido hasta ese momento.

Disfruto del viaje buscando rascacielos y puentes conocidos. Además, empieza a amanecer y los colores mirando al Este son bonitos. Tras 35’ llegamos a Fort Wadsworth, en Staten Island, al otro lado del puente de Verrazzano. Docenas de autobuses, centenares, miles de corredores… pero ni un punto de duda: basta con seguir los regueros de atletas y las indicaciones de la organización. El que está perdido es porque quiere. Son las 6:35 de la mañana. Quedan más de tres horas para tomar la salida ¿Cómo me entretengo hasta entonces? Y la temperatura es de un grado.

Lo primero que hago es desayunar: un café y un bagel (que ni saben como nuestro café ni como nuestros donuts, pero es lo que hay). Me dan una especie de gel ideal para la carrera que debo tomar 15’ antes de la salida. No me sobra el sentido común, pero ni se me ocurre probarlo. Hay gente con sacos de dormir, otros dormitando cubiertos con mantas, unos bajo las carpas y otros al raso. Me paseo por la zona de montaje de sillas de ruedas cuando empieza a salir el sol, así que elijo un huequito de césped donde recibir sus rayos y pongo el plástico encima, me siento y me pongo a estirar durante… 1 hora. En mi vida había estirado tanto.

Entretanto la organización repite constantemente en cinco o seis idiomas la planificación y las normas a seguir: dejar bolsa hacia las 8:10, dirigirse a tu corral a partir de las 8:20 y en todo caso antes de las 8:55. Obedezco. En resumen, desde que dejas la bolsa hasta que tomas la salida queda alrededor de una hora de espera, en una zona bastante menos cómoda. Yo llevo dos camisetas extra y el gorro, pero se ve de todo. Hacia las 9:25, nos hacen avanzar desde el corral hasta la línea de salida. A mi me toca el carril inferior del puente (dos por arriba, uno por abajo). Unas 15.000 almas. Media hora después, otras 15.000. Y una hora después, los 15.000 restantes.

En la salida intento concentrarme en que solo vale disfrutar: me duelen los gemelos, las cervicales, todo; es imposible que haga la marca que sé que podría hacer en otro lugar. Ha sido una semana de patear calles, museos, tiendas y edificios durante todo el día. Pero no podía ser de otra forma porque Nueva York es fantástico, así que no hay nada que hacer. Solo disfrutar hasta que el cuerpo aguante. Y por si acaso albergaba la menor duda de que aquello va a ser formidable, tras oir por megafonía los nombres de la élite del maratón mundial (los Mutai, Gebremariam...) que está allí a 15 metros por delante, escucho (en inglés, claro) “Chicos, la ciudad de Nueva York os espera”. Pum. Y al compás del “New York, New York” de Sinatra, empieza el espectáculo.

No hace falta andar más de 3 ó 4 minutos para tener a la vista el formidable skyline de Nueva York. Ya sabéis cómo es ese momento en cualquier maratón, crees que no vas a tener problemas en recorrer los kilómetros que te echen. Subidón absoluto. Se acaba el puente de Verrazzano y entramos en Brooklyn. Empiezas a ver gente y eso que no es zona residencial, pero aquello va a más poco a poco y cuando te quieres te dar cuenta… la gente abarrota todo el recorrido.

Haría falta celebrar una maratón española 200 veces para juntar la misma cantidad de gente. Carteles a centenares. La mayoría para sus conocidos y amigos. Otros para sacarte una sonrisa: “Chuck Norris never ran a marathon”, “Bravo, chicos italianos, pero a quien nos gustaría ver aquí es a Berlusconi”… Y lo de las bandas de música es apoteósico: rock, jazz, rap… No olvidaré jamás el coro de gospel a la puerta de una iglesia (y yo que creía que había que ir a Harlem a oirlo). Banderas de todo el mundo en todo el recorrido. Por supuesto, buscas la tuya y la encuentras también. Como no llevo nada que me identifique como español (la camiseta del Complutum Triatlón no es suficiente) basta con una sonrisa para que te devuelvan todo tipo de ánimos.

Hay agua, Gatorade, médicos, urinarios cada milla. No falta nada.Voluntarios a espuertas. Hay detectores de paso cada milla (también cada cinco kilómetros). Así que no puedo controlar el ritmo (ni me importa mucho tampoco): estoy seguro de que ronda los 4 min/km. Y vaya si acierto: los primeros 5 km en 20:13, 10 km en 40:01, 15 en 1:00:04, 20 en 1:20:38. Sé que voy de paseo, pero también sé que se me va a acabar el paseo antes de lo que me gustaría. Me tomo el primer gel a ver si me sirve de algo.

El recorrido es exigente. No hay grandes cuestas, pero las subidas y las bajadas son constantes. Ya en Queens veo un pantallón gigante que lanza mensajes de ánimo a los corredores que acaban de cruzar un detector de paso. Y leo esto: “Ánimo Jim, tus compañeros de El Retiro están contigo”. El puente de Queensboro, que da paso a Manhattan se me hace eterno. El arco es tan pronunciado que no se ve el final hasta que llegas a la mitad. Pero ya no queda casi nada para la First Avenue (milla 16, algo más de 25 km.): si creías que en Brooklyn lo habías visto todo, ves que te equivocabas, que era verdad lo de que hay gente “five lines deep”.

La gente aplaude como si fuéramos alguien importante; en algún momento me acuerdo de lo que leí hace unos días “Enjoy the adoration”. Y me acuerdo de lo que me dijo alguien dos días antes: “Esta carrera no es para mirar adelante, no es para mirar el reloj, es para mirar a los lados”. Empiezo a dudar de que mi familia vaya a estar a la altura de la calle 86, pero como siempre, no me fallan. Llevo desde la 59 buscándolos. Allí está el cartel del “GO, DADDY” que prepararon mis hijos. Y mi bandera. Y cuando me acerco a darles un beso, veo que todo el mundo me anima. A la mierda los geles.
                                                                                                                         
Enfilo hacia el Bronx. No he llegado al 30 y estoy casi en la reserva: cada vez tengo menos fuerzas y las millas ya empieza a rondar los 7:00. Si no hubiera sido Nueva York, esta situación se produciría en el 37 o el 38 y ya solo habría que echarle huevos, pero me quedan 12. Km 32: otro puente para entrar en el Bronx, más cuestas. Se nota que el barrio es más sencillo, menos glamuroso, pero la animación es igual de fantástica. Veo gente con botellas de coca-cola de dos litros ofreciéndosela a los corredores, gente que lleva bandejas de pomelos, de naranjas y se las ofrece a los corredores… es emocionante la entrega de esta gente con los que se esfuerzan.

Cuando salgo del Bronx quedan ya pocos kilómetros, pero estoy en la reserva, y por si fuera poco la calle es la 138 y sé la distancia aproximada entre calles y calculo que tengo recorrer 80 manzanas hasta la 59 y me quedan... Lo que sucede siempre que no vas bien: pensamientos negativos. Pero no voy a parar, porque no va conmigo. Y porque si creía que lo había visto todo, es que porque no había llegado aún a Central Park. Allí me espera otra vez mi familia dejándose las amígdalas y allí está el clímax de la carrera. Tengo la impresión de que los cracks del ciclismo deben sentir lo mismo cuando escalan cualquiera de los puertos míticos de la Vuelta o del Tour.

El griterio es ensordecedor. Ya no va a parar hasta la meta. Hay corredores que hacen la goma, me pasan más que los que yo paso, pero yo no paro. Miro el reloj, hago malabares con millas, minutos, kilómetros y segundos y veo que voy justo para bajar de 3 horas. Y aunque me he repetido cuarenta mil veces que hay que disfrutar, ya es una cuestión de orgullo: ni estoy disfrutando de los últimos kilómetros ni voy a bajar de lo que yo considero razonable. Así que empiezo a tirar de riñones y a recordar lo grato que fue trotar por allí hace unos días.

En la calle 59, la música y el griterio no cejan hasta Columbus. Vuelvo a acercarme a 4 min./km. Curiosamente, quizá por motivos de seguridad, los últimos 300 metros se hacen casi sin gente, ya dentro de Central Park, hasta casi el final. O eso me parece porque ya sí que no miro hacia los lados, solo hacia los arcos de entrada, que aunque dibujan unos segundos más de tres horas, no me engañan: el tiempo neto es de menos de 3 horas: 2:59:37. Casi mi peor maratón, pero sin duda la que no olvidaré jamás.

Desde ahí, nos cubren a todos con una manta térmica de Finisher, nos ponen una bonita medalla (había dejado de apreciarlas) y nos entregan una “recovery bag” a la que no le falta nada (si acaso le sobra una bebida asquerosa con sabor a caramelo: es lo malo de este país, las porquerías que comen). Me encantaría tirarme al suelo, pero allí no dejan pararse a nadie. Todo el mundo nos felicita. Hasta en tres ocasiones me ofrecen ayuda: no debo ir muy sobrado (de hecho, estoy tiritando). Y aún queda caminar hasta la salida de Central Park en la calle 77 (me viene a la memoria John Lennon) y allí recogemos la bolsa de ropa, que buena falta me hace.

Fin del sueño de una mañana de otoño.

(Dedicado a mi mujer)