Half de Peñíscola |
Después de muchos años pensándolo,
hace más de cinco que me dio por saltar definitivamente al triatlón. Pronto me
preguntaron si tenía decidido qué tipo de pruebas hacer. Y la verdad es que no
tenía ni idea. Siempre he sido demasiado sensato (¿o miedoso?) para meterme en lo que desconozco (razón por
la que seguramente me he perdido muchas cosas, pero uno es como es) y esa vez no fue
diferente: no sabía qué quería hacer. Al pasar el tiempo vas entendiendo que si lo tuyo siempre ha sido y
sigue siendo la larga distancia, la respuesta es clara. Y tener como reto mi
primer triatlón de distancia Ironman casi llegó solo: Vitoria 2014.
Gracias al triatlón he
descubierto infinitas cosas en estos años. Por ejemplo, que por muy torpe que
seas nadando, puedes mejorar si perserveras en ello; también he aprendido, subido a la bicicleta en este caso, que el dios del viento es un sinvergüenza que te fastidia
lo que no está escrito para demostrarte que es más fuerte que tú, pero que
también es noble, porque siempre hay un momento en que se hace el silencio y
allí donde irías a 28 km/h te sorprendes al doble de velocidad (el dios ha
decidido que mereces tu premio); y también he descubierto que puedo seguir
corriendo como siempre, y encima sin lesiones. Podría escribir un libro de experiencias nuevas.
Valle "del Corzo" |
También gracias al triatlón he conocido
a muchísima gente formidable: unos van muy deprisa y otros no tanto, unos hacen
distancias cortas y otros largas, unos vienen de la natación, otros de la
bicicleta y otro de correr; hay polícias, médicos, banqueros, cocineros, en mi querido club tenemos de todo...
Pero lo mejor es toda esa gente que he conocido que sabe reconocer al que lucha por
alcanzar sus límites, que vale más el que se cae y se vuelve a levantar, que comparte los malos ratos con el que no busca excusas, que disfruta de los éxitos de sus compañeros tanto o
más que de los suyos…
Cuento esto como si fuera una
despedida del triatlón o algo así. Y no lo es, en absoluto. Pero sí es cierto
que, como dice José, preparar un Ironman es buscarse un segundo trabajo. Y por
este segundo trabajo nadie te paga. Es más: pagas tú y, lo que es peor, paga tu
familia. A pocos días de celebrarse la prueba no sabes qué te dará más
satisfacción: si convertirte en finisher o dejar de estar obligado a dedicar
tantísimas horas al entrenamiento. Anhelo volver a tener tiempo para mis
docenas de proyectos familiares y personales ¿por qué si no este blog no se
mueve desde octubre del año pasado? Y como este blog, tantas cosas más.
Después de 184 kilómetros
nadando, 5.600 kilómetros pedaleando y casi 1.200 corriendo, está todo hecho. Varios cientos
de horas de entrenamiento durante más de seis meses para llegar a una forma
física de la que estoy satisfecho. Antes de mi segundo maratón, allá por 1996 más o menos, un compañero me
dijo que no me confiara, que tras terminar el primero todo el mundo creía que
aquello era fácil. Y sufrí: tenía mucha razón. No voy a cometer ese mismo error
en este segundo Ironman, mi respeto es el mismo, pero tampoco voy a ser conservador: no me vale con
llegar.
Ha sido bonito (no: precioso)
vivir todos estos meses con la ilusión de clasificarme para Hawai. Llegado el
momento de la verdad y habiendo hecho los deberes lo mejor que he podido, lo
considero casi imposible: soy un convencido (vale: friki) de la estadística y
no me salen las cuentas por más teoremas que aplique. Necesito nada menos que
cuatro pequeños milagros (uno en la natación, otro en la bicicleta, un tercero
en la carrera a pie y uno último en el sorteo). Pero como creo que en el fondo me
conocen bien pocas personas, prometo que voy a intentarlo igual que si fuera fácil,
que hasta que cruce la meta, no dejaré de soñar .
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