domingo, 19 de junio de 2011

Ya soy triatleta


Paquete, pero triatleta por fin. Mi primer sprint fue una experiencia intensa y, sobre todo, didáctica. No sucedió nada que no fuera previsible, pero nunca es lo mismo ver que estar allí, que participar, que ser uno de ellos. Quizá por eso, desde crío, nunca me ha gustado ver el fútbol, aunque me dejaba la piel jugando en el campo; ni ver un partido de baloncesto, pero sí jugar tres horas seguidas en nuestro querido Poli...
Lo primero que, siendo evidente, llama la atención es la sofisticación. Reconozco que siempre he dicho que prefiero los deportes simples, pero tendré que cambiar de opinión. La lista de material necesario o la posibilidad de que algo falle o se te olvide no tienen nada que ver con la carrera a pie. Supongo que la primera vez todo es más complicado. Afortunadamente iba con muchos compañeros del equipo y me avisaron de muchas cosas.
Al trapo.
Cierto que el agua del lago de la Casa de Campo es sospechosa, pero mi preocupación inicial era si me tiraba de cabeza o no, a ver si iba a perder las gafas... Un buen consejo a tiempo, un chapuzón para ensayar y ver que el agua ni está fría ni muerde y que las gafas ni se mueven. 11:02. Al agua. Todo lo que me habían dicho era verdad: la gente se quiere hacer sitio. Afortunadamente la salida es amplia y yo pronto empiezo a quedarme. Minutos después la situación se repetirá cuando empiecen a cogerme las series posteriores. Uno se desorienta. En algún momento me desvío claramente. Corrijo. Primera boya. No me resulta agradable. Sé que aún no nado con fluidez. Puedo aguantar dos kilómetros, lo sé, pero no sé nadar como soy capaz de correr. Todo llegará. Cuando llego al pantalán, no puedo evitar mirar de reojo hacia atrás. Buf, soy de los últimos. He ido a aprender, pero no llevo bien ser de los últimos, ni lo he llevado, ni lo llevaré. Empiezo a trotar y me siento relajado, quizá porque estoy en mi medio.
Bicicleta. En boxes compruebo sin pretenderlo que quedan muy pocas. Resoplo otra vez. Me ha debido pasar el 90% de la gente, si no más. Pero noto que disfruto en cuanto empiezo a empujar la bicicleta. Me subo y arranco. Al kilómetro, un participante tirado en el suelo. Mala suerte, chaval. Espero que no fuera más que un susto. Cuando empiezan las primeras rampas, un imbécil empieza a adelantarme por la derecha. Yo oigo algo y me aparto... los dos al suelo. El imbécil blasfema. Yo no sé si subirme a la bici o sacudirle una hostia. Cuando logro ponerme la primera cala, veo que se ha salido la cadena. Resuelvo y un chaval me empuja. Menos mal. A partir de ahí, las tres vueltas iguales: subiendo paso gente, bajando me pasa gente. Me recuerda las carreras de montaña... hay cosas que no cambian. Escalador que es uno. En una de las curvas cerradas cambio mal y se vuelve a salir la cadena... qué torpe. Al llegar me descalzo del pie derecho y cuando me voy a descalzar el izquierdo se me sale la zapatilla. Soy un crack: un pie calzado y el otro no. No me importa: me río. Me quito la zapatilla y corro hacia la T2.
Carrera a pie. Cinco kilómetros. Los dos primeros me los paso cogiendo tono. Es una distancia demasiado corta para mi. No dejo de pasar corredores sin apenas esforzarrme, pero tampoco vale la pena morir para pasar  unos cuantos más y me dedico a pensar que me gustaría que estuvieran mi mujer y mis hijos, que algún día no estaré tan atrás (con todos mis respeto para los que están aún más atrás) y que el objetivo de esta prueba está cumplido: ser triatleta.
Supongo que mañana estarán los tiempos y entonces entrará la cabeza del ingeniero a analizar y planificar los entrenamientos para seguir mejorando. También creo que correré más sprints antes que pasarme al olímpico. Mi problema no es resistir esas distancias: es nadar mejor y pedalear como Dios Manda.
Lo que sí tengo claro es que empezaba a cansarme de las carreras. Ya es prácticamente imposible mejorar en carrera, y aquí tengo un mundo. Mucha gente no lo entiende, pero algunos no podemos vivir sin retos...