domingo, 26 de agosto de 2012

Triatlón de Pareja

Mi primera temporada como triatleta se acerca a su fin. Este fin de semana he  terminado el penúltimo triatlón de esta temporada y cuarto olímpico (más o menos). Llevaba una semana relativamente nervioso y seguramente la que viene será peor. El objetivo principal era terminar con sensación de suficiencia, de que no me costaba terminarlo. Porque de lo contrario, mi primer medio IM, dentro de una semana, va a ser pura agonía. Por otro lado, los recuerdos de mi primera media maratón y de mi primera maratón son formidables, así que supongo que, igual que entonces, lo mejor es ir con más miedo que vergüenza...

Con Guille a mi derecha
Al final de la temporada, después de perderla casi toda ella sin mejorar ni la técnica ni la resistencia (así de simple es el resumen), me conformaba con salir del agua sin agobios. No sé si gracias al neopreno o a alguna conjunción astral, en Riaza salí justo en la mitad del pelotón. Aquí nos anuncian que se permite el neopreno, así que todos escopetados a por él. Hago toda la prueba rodeado de gente, eso no me pasaba al principio del verano, que se me iba todo el mundo ¿es el neopreno? Pero si los demás también lo llevan ¿por qué solo me viene bien a mi? Sigo sin disfrutar de esto y braceo de vez en cuando porque no tengo prisa: hay momentos en que me agobia el calor del neopreno, pero lo bueno es que no se me pasa ya por la cabeza abandonar; eso sí, la semana que viene serán 400 metros más... lo sorprendente es que salgo con Guille y Rubén a pocos segundos y  a menos de un minuto de Cristóbal. Puesto 149 (57%). Bien.

Tardo más de la razonable en quitarme el neopreno y a la máquina. El recorrido en bicicleta ya lo conocíamos. La semana previa, varios compañeros del club nos acercamos a conocer el escenario y hacernos una composición, que siempre viene bien y pasas un buen rato. Es una secuencia de subidas y bajadas en las que hay que aprovechar la inercia de la bajada para ponerte arriba otra vez con el menor esfuerzo posible. Hace una semana dimos dos vueltas y el ritmo fue tal que al final de la segunda me fue imposible seguirlo, así que me conformaba con hacer 30 km/h, siempre con la sensación de no ir al 100%, guardando algo para disfrutar del último sector... además, sigo con mi manía de no engancharme a ningún grupo (por ahora). Aún así, hice una media de 32 km/h, pero me pasaban grupos y grupos y yo solo pasaba corredores solitarios. Al final, 199 de 261 (71%): mal, muy mal. Me he dormido, hasta mi mujer se ha dado cuenta.

Y en la carrera a pie, dado que es totalmente llana y que no hacía demasiado calor, el objetivo era intentar ir de menos a más. Todo aderezado con el patrón de ingesta de geles recomendada por nuestro alquimista. Y el resultado fue un continuo adelantar gente a un ritmo simpático: 4:02, puesto 63 (24%). Sorpresa: el agua del avituallamiento estaba fresquita, gracias a los bidones con hielo. No lo había visto nunca y es una idea formidable.

Al llegar me comentaron lo que ya sospechaba: había visto la ambulancia y lo que me parecía la bici de Carlos al lado. Y en efecto, así fue. Afortunadamente, nada tan serio como para no volver a disfrutar pronto de su omnipresencia en todo evento triatlético.

Precisamente fue Carlos el que me decía que esto tenía que ser un entrenamiento de calidad. Así me lo he tomado, algo mejor lo podría haber hecho, supongo; pero se trataba de coger confianza para el medio de Guadalajara y ahora mismo la tengo. Para terminar la jornada, bañito con mi pequeña en el lago (tengo que conseguir que sea triatleta) y paella con la familia, Cristóbal y Emilio en el pueblo.

sábado, 11 de agosto de 2012

Short Riaza

Ayer me decía un vecino que yo estoy tonto cuando me inscribo en un triatlón para el que me tengo que levantar antes de las 5. Igual no anda muy equivocado, pero estoy esperando a que venga a la piscina para contarle qué bien me ha ido.

A las 5:35 estamos en marcha Guille y yo. En Riaza nos encontraremos con cuatro compañeros más del Complutum. A las 7:00 estamos recogiendo dorsal y pegatinas. Nos obsequian con un maillot bastante chulo y de mi talla, así que por ahora me evito comprarme uno, como tenía pensado (los del Decathlon de talla XL son para gente no delgada).

Dejamos el material de carrera en la T2 (las zapatillas, vamos), y después del rito previo de preparación del resto de material, que ya empiezo a interiorizar, y de comprobar que el WC de la gasolinera está en buenas condiciones, Guille, Nico, Vicente y yo empezamos a recorrer los seis kilómetros y pico que nos separan del embalse de Riofrío. La temperatura es agradable.

La T1 está al borde del embalse. Está acondicionada lo mejor posible, pero el acceso al agua es un tanto agreste. Por segunda vez en un triatlón compruebo que el velocímetro de la bici no responde: hala, toca ir a ciegas otra vez. Coloco todo y me enfundo en el neopreno: es la primera vez que puedo utilizarlo en un triatlón. Se permite, no es obligatorio, pero lo lleva casi todo el mundo. Y yo con más razón: la primera lección de hoy es que en efecto ayuda a los peores nadadores, porque es la primera vez que salgo rodeado de tanta gente.

La salida se hace desde el agua y es amplia. El fondo es oscuro, pero el agua es limpia. No hay algas como en Tres Cantos ni verdín como en la Casa de Campo, ni el agua huele a nada. Además, después de dos semanas en las playas del Algarve, 22º son un lujo. Hago los 1000 metros de natación como siempre: mal, no acabo de respirar bien ni de sentirme agusto, pero al menos ya no me agobio.

En la transición me quito el neopreno con menos problemas de los previstos. Salimos bici en mano y me fijo en los problemas de más de un triatleta para meter los pies en el calzado: si sujetas el calzado, entrena el asunto; y si no, mejor te calzas antes, pienso yo. Ni 100 metros después de subir a la bici, hay un ambulancia y triatleta en el suelo. Ni idea de qué ha podido pasarle.

El recorrido en bici, 42 kilómetros, es fácil de describir: subir, bajar, subir, bajar... solo hay un tramo de subir, subir que a la vuelta es bajar, bajar. El circuito es chulo, pero no está cerrado al tráfico y a la vuelta hay más de un tractor, algún camión y coches mezclados con los triatletas que todavía van. Al poco de salir de Riaza me adelanta ese maquinón que es Ángel. El otro maquinón es Nico, que también me adelanta, aunque tarda un poco más. Y eso que yo estoy haciendo el short y ellos el half.

A la vuelta sopla viento y empiezan a notarse el calor y el sube-baja. Un juez me da un toque porque voy haciendo drafting, que a 10 metros, por favor... ni me había dado cuenta. De hecho el que llevaba delante y yo llevamos adelantándonos media carrera sin premeditación alguna. Le adelanto y me tomo el único gel que llevo para ver si me recupero un poco.

Una última rampa y entramos en Riaza camino de la segunda transición, que me sale algo pachucha. Empiezo el recorrido a pie, de 7,6 km, con varios corredores y la cuarta chica detrás. El último as en la manga es una pastilla de Carbonex que nos dieron en el último olímpico. El calor ya es considerable, me adelantan un chaval y la cuarta chica. La pastilla no se deshace y a los seis kilómetros acabaré tirándola. De todos modos, supongo que algo hace porque veo a Guille a unos 300 metros y empiezo a apretar: cae la cuarta chica, caen varios corredores, caen la tercera chica y otro par de corredores, cae el que me adelantó antes y llego a Guille y decido aflojar. Ya no queda ni un kilómetro y hace mucho calor. Al llegar, oigo que mi puesto es el 58. Contento. Todo ha salido bien.

En la llegada nos espera Vitón, que se ha acercado porque veranea cerca. Pruebo por primera vez en mi vida la única bebida disponible, aparte de agua (y sandía): Red Bull. Repugnante. Como hay sed, Vitón nos procura otra. Fresquita, pero repugnante también. Tras unos minutos de espera llegan a la T2 Carlos (no nos lo explicamos bien), Ángel (muy bien situado) y Nico (que va como una moto también). Les queda lo peor, y a nosotros, la vuelta a casa.