jueves, 25 de mayo de 2023

Ironman de Lanzarote

Muy especial este Ironman (el séptimo). Los españoles tendemos a pensar que todo lo de fuera es mejor. Pero el hecho es que con todo lo inolvidable que fue hacer el de Hawai, el de Lanzarote no puede tenerle ninguna envidia. Quizá uno ya tiene asumida toda la (compleja) logística de llegar con una bicicleta, montarla, registrarte, hacer el check-in, la parafernalia de cualquier triatlón, etc. pero me ha resultado muy fácil todo y hasta cómodo.

Incluso el problema que tuve (afortunadamente el día antes) se resolvió en media hora: se me rompió el cable del cambio trasero. En algún otro Ironman hubiera dado igual, aquí equivalía a no poder ni empezarlo casi, pero en 20 minutos estaba totalmente resuelto por los chicos de Shimano.

En lo deportivo, no me puedo quejar, salió todo lo que había dentro, que es la clave para sentirse contento y feliz. La natación fue una balsa, en un tiempo, 1:21, que hubiera firmado antes de empezar sin dudarlo. Circuito perfecto, sin posibilidad de desorientarse: siempre se veían dos o tres boyas detrás. La bicicleta, fantástica, a pesar del viento (que resulta que era de los mejores años que se recordaban), del calor (que como se nubló un poco, no fue molesto, así que dando gracias) y de las cuestas (2.500 metros de desnivel, esto sí era peor que otros años, me dijeron). Inolvidables los paisajes, de una hermosura sin igual: mejor incluso que los de Hawai. Los enormes campos de lava, los múltiples volcanes, la vista de "el río" y La Graciosa, los preciosos viñedos excavados en las coladas de lava... subir pendientes del 12% y volar cuesta abajo (83 km/h... señor Jesucristo). Y el maratón, duro pero cómodo, sin circuitos ratoneros. Lamentablemente, donde mejor suelo hacerlo es donde probablemente lo hice peor. Aún así, puesto 15 de mi GG.EE. Pero con momentos bonitos, como cuando me acompañó Julián, un crack con el que estuve en en Kona el año pasado.

Pero si me he decidido a desempolvar el blog es sobre todo porque después de recoger mi medalla (3 de 6 objetivos conseguidos), tomar algo con los compañeros, recibir unos masajes, ducharme y cenar, nos fuimos a meta -por primera vez- a vivir el Ironman hasta el final, 17 horas después de meternos en el agua. Y aluciné. No sé decir quién, con el corazón en la mano, tiene más mérito: si los que llegan en poco más de ocho horas o los que llegan en casi 17 horas. Un espectáculo inolvidable, en español y en inglés, con la música perfecta, viendo llegar a gente destrozada que se animaba a correr durante unos poquitos metros de gloria vitoreados por los que allí quedábamos. Por supuesto, yo llevaba mi camiseta de finisher y algunos (siempre extranjeros) me preguntaban qué tiempo había hecho, me daban la enhorabuena... Y, por fin, lo que quería comprobar: allí estaba la ganadora, Lydia Dant, esperando al último finisher para ponerle la medalla. Al día siguiente, la noticia deportiva eran los insultos racistas a Vinicius. Pero no es noticia semejante muestra de deportividad: que el primero espere al último. En fin, es lo que hay.

Y por si semejante espectáculo fuera poco, cuando por fin todo terminó, suena el "What a Wonderful World" de Louis Armstrong. Malditos americanos, puñeteros reyes del espectáculo, igual que en la salida del maratón de Nueva York con la voz de Sinatra y la postal de Manhattan al fondo. En fin, no pudimos irnos hasta que terminó la canción... la piel de gallina.