domingo, 27 de noviembre de 2016

Maratón de Florencia

Hay viajes en los que todo sale según lo esperado. Y otro tanto sucede con las carreras. Y afortunadamente hay veces que suceden las dos cosas, como ha sido el caso de Florencia y su maratón. El viaje, la meteorología, el hotel, las comidas, las colas de los museos… todo.


¿Qué voy a contar de Florencia yo que no sepa todo el mundo? Nada, un placer en todos los sentidos (ahora estoy pensando en los helados). Y encima es temporada baja, así que solo éramos miles de turistas: supongo que en temporada alta se multiplicará por cinco. Por eso solo hablaré de su maratón. Si no quieres seguir leyendo, resumo: aceptable, vale la pena (un siete de nota, venga).

Salida
Empecemos mucho antes de tomar la salida: con la inscripción. El precio es normal. No lo recuerdo y va por tramos, pero del orden del precio de cualquier maratón española. Ahora bien, en Italia o estás federado (y supongo que has pasado ciertas pruebas) o tienes que enviar un certificado de aptitud para la práctica de la carrera de fondo. Yo lo envié en español e inglés. Es necesario hacerse una prueba de esfuerzo. A nadie se le escapa que es buena idea hacérsela, pero tiene un coste, y como en España no se exige, a alguno le parecerá mal. Es lo que hay.

La feria del corredor: básica. La verdad es que las últimas a las que he ido eran bastante más espectaculares. No me estoy refiriendo a Nueva York o Chicago: Valencia o Sevilla tienen ese ambiente que se requiere el día antes de hacer una prueba tan seria como es un maratón. Lo de Florencia era un espacio muy reducido, un pasillo de stands realmente, que te veías obligado a recorrer hasta el final para obtener tu bolsa del corredor. Mucha propaganda de maratones europeas (e incluso nacionales: Ibiza, por ejemplo): el negocio prospera.

Km. 37
Respecto al recorrido, según lo esperado. Es mucha distancia, así que te sacan del centro histórico para acumular kilómetros por barrios, zonas deportivas, parques, qué sé yo, pero no puede ser de otra forma. Es una carrera muy llana, y lo único a reseñar es que en algunos puntos el suelo es peligroso. La animación, muy escasa en mi opinión. Eso sí, la salida y la llegada, parece que por primera vez ambas (por fortuna para mi) estuvieron en el mismo centro de Florencia, junto al Baptisterio y el Duomo, lo que sin duda es un enorme acierto y, además en mi caso, un lujazo: no sé si alguna vez he tenido salida y llegada a 300 metros de “casa” (hotel).

¿Y mi carrera? Muy satisfecho (nota: nueve). La salida estaba bien organizada, unas 8.000 personas, así que pude correr desde muy pronto. A los cinco kilómetros sudábamos ya de lo lindo, a pesar de la excelente (baja) temperatura y que el ritmo era el razonable: la humedad, bastante humedad. Había bebida con sales cada cinco kilómetros, así que no quedaba otra que beber sin sed. El resto de avituallamientos, intercalados con los anteriores, eran de esponjas.

Conforme a mis expectativas, pasé la media maratón (poco después del Palazzo Pitti) algo más deprisa de lo previsto: 1:24:34. El problema fue que empecé a notar contraerse algún músculo de los que tenemos en las piernas, creo que es el isquiotibial, pero como me temo que el día que explicaron los músculos no debí ir a clase, así que no me los sé y tampoco me paré a mirar. Eso sí, reduje el ritmo, no quería que pasara lo de Castellón. Tomé más sales y a partir del 25 volví a recuperar. Se ve perfectamente en la tablita.

Llegada
A partir de ahí, la historia de siempre: el muro. Empezó hacia el 35 y duró hasta el 41. Pero aún así no dejé de pasar gente hasta el final. Esta vez fue más murete que muro. Y un muro rodeado de belleza e historia, de buenas sensaciones, de experiencia, de alegría por el reto conseguido. Como siempre, Bego ayudándome a lo largo de toda la carrera. Y, sobre todo, bombeando en mi cabeza la motivación necesaria para no aflojar hasta los metros finales. Cerré los ojos para vivir el momento y el fotógrafo lo pilló.

Una ciudad y un maratón para recordar con verdadero orgullo y cariño.

Va por ti, Dani

En unas de las ciudades más encantadoras de las que he conocido, Florencia, tenía intención de conseguir marca para Berlín. Hasta el 14 de noviembre tenía mis dudas y miedos, como siempre… y más tratándose de una maratón, la decimoquinta creo. Supongo que todos buscamos la motivación constantemente, y es obvio que la encuentra uno a veces donde menos la espera. Desgraciadamente, un puede puede encontrarla donde nadie querría hacerlo. Y ese maldito lunes supimos que una gran persona nos había dejado para siempre; por eso desaparecieron los miedos, supe que iba a conseguir el objetivo, que era obligatorio conseguirlo.

Porque Dani era lo que todos llamaríamos un cielo, un encanto... De esas pocas personas que se esconden cuando tú triunfas para no quitarte protagonismo, pero que los tienes a tu lado si las cosas no van bien y los demás ya no aparecen. Y da rabia, muchísima rabia, que las cosas funcionen así, que se vaya la buena gente de esta forma. Y como no podía hacer mucho más por él que correr y escribir esto en su memoria, eso lo que he hecho en Florencia hoy y aquí lo cuento ahora.

Nunca olvidaré aquella tarde en Pareja donde todos teníamos que llevar algo para compartir y él llevo, qué se yo, media docena de barras de pan, media docena de botellas de refresco, dos empanadas... si nos descuidamos nos da de comer a todo el equipo.

Nunca olvidaré aquel triatlón de Pálmaces que terminó como un grande a pesar de que su envergadura no era la óptima para una prueba tan dura, cómo me sonreía cada vez que me cruzaba con él, o la sorpresa al finalizar la prueba, una vez más, cuando apareció con no sé cuántos litros de cerveza para celebrarlo, ni la conversación que tuvimos en el viaje de vuelta.

Nunca olvidaré cuando me bautizó empezando a llamarme Don Manuel, la única persona que sé que lo decía desde el más profundo respeto. Ahora, cada vez que me lo llamen, me parecerá bien, aunque muchos no sepan por qué me tratan de Don.

Nunca olvidaré cómo nos reímos en aquel triatlón en que nos fueron a poner el número en el brazo y a él no le encontraban sitio entre tanto tatuaje.

Nunca olvidaré cómo trataba a mi padre (y a todos, cualquier que le conociera lo sabe) cada vez que le llevábamos el coche para revisarlo o arreglarlo. Incluso para que mi padre no tuviera que molestarse se ofrecía a llevármelo a casa… Cuando volvía a casa, mi padre me recordaba cómo le había tratado.

Y tantas otras hermosas anécdotas vividas por todos sus compañeros con él en solo tres años, tres años que no deberían haber terminado.

Pero hay una última anécdota que recuerdo especialmente: propuse quedar para trotar por nuestros Cerros, él pensaba que vendría más gente, así que me dijo: Don Manuel, lo siento, Usted querrá ir más deprisa que lo que yo puedo ir. No sé qué le dije exactamente, pero por supuesto que no le hice mucho caso, así que trotamos aquel domingo durante hora y pico, a su ritmo, disfrutando. No recuerdo la conversación, la verdad, pero este domingo llegó el momento de devolverle unas migajas de su generosidad, su educación y su constante preocupación por todos. Tenía que correr mucho, en el límite de lo que puedo dar ya, pero no dudaba de poder hacerlo y lo hice. Fue fácil, porque bastaba dejarse llevar hasta el 25, apretar los dientes hasta el 38  y sacar toda mi rabia hasta la meta, la rabia que da no poder volver a ver la sonrisa de una persona única nunca más.

Hasta siempre, compañero. Aunque te parezca imposible, cruzaste la línea de meta de la maratón de Florencia e hiciste un buen tiempo. Te lo digo yo, que te llevaba y te llevaré siempre en mi recuerdo, como lo harán todos tus compañeros.

sábado, 27 de agosto de 2016

Half de Guadalajara

Nunca harás un half sin aprender algo nuevo.

Estoy seguro de que nunca había preparado con tanto cuidado ninguna prueba como el half de Guadalajara de este año. Mi forma no era la mejor el sábado pasado y ya sabíamos todos que no iba a ser fácil, pero fue mucho más duro de lo previsto. Hace muchísimos años alguien me enseñó que cuando haces una barbaridad como un maratón, corres el peligro de perderle el respeto. No creo que sea mi caso, pero todas las expectativas se fueron al garete nada más salir del agua.

11:30. Salimos en el autobús camino de Pareja, con la inestimable enciclopedia del triatlón que es Jorge como compañero de viaje, que hizo que se me pasara el viaje sin darme cuenta. Llegamos y buscamos una pequeña sombra para comer todos. Con total tranquilidad, coloco cada cosa en su sitio, reviso cada detalle y me voy a dejar la bolsa en el guardarropa. Me avisan de que el neopreno no está permitido. Sonrío y bromeo: ya sé que no los aparento, pero yo tengo 51.

14:30: Inicio el camino hacia la playita de salida. No me doy cuenta, pero me estoy quemando la planta de los pies. Una vez allí, me pongo el neopreno e intento refrescarme un poco, pero enseguida nos salimos del agua porque la salida de las chicas, 5 minutos antes que la nuestra, es inminente. Pero la salida se retrasa un rato porque la Guardia Civil no termina de dar el visto bueno para comenzar. Todo esto con el neopreno puesto. Llega nuestro momento, me pongo atrás, como siempre, y a nadar. Muy cómodo, sin agobios, sin peleas, motivado… 36:29 para 1.900 metros puede parecer mucho, pero por primera vez en mi vida veo muchas bicicletas en boxes. Y es que no he salido de los últimos. Sí, llevo neopreno, pero sé que no es solo eso. Subidón.

Subidón breve, porque en cuanto empiezo la T1 noto que algo me pasa. Simplemente: no tengo fuerzas. No pasa nada más (y nada menos): no tengo fuerzas. No tiene ninguna lógica, aparentemente. Estoy vacío nada más salir del agua. Sorpresa: “¿Y ahora qué hago?”, ¿Qué está pasando aquí?”. Nunca me ha pasado nada igual. Desde el primer metro de bicicleta hasta que terminó la subida de Lupiana, todo son pensamientos negativos: “No puedo llegar así”, “¿Cómo se retira uno en un triatlón?”, “¿Cuándo va a dejar de pasarme gente?”, “¿Me cogerá el coche escoba?”, “Maldito viento caliente bajando el valle de San Andrés”, “Maldito viento caliente bajando desde Brihuega”, “¿Cómo puede ser tan larga la subida hacia Lupiana?”… En los avituallamientos me inflo de agua, me obligo a comer, no dejan de pasarme ciclistas, pero no me importa, solo quiero a llegar a Guada, pero durante casi tres horas me parece imposible que luego pueda correr…

Al final de la última subida aparece Ángel y con su cencerro y sus ánimos me saca la primera sonrisa. Junto con el litro de agua del último avituallamiento, la bajada, la conversación con Vicente y que decido subir sin usar la cabeza (no brain), el cuerpo parece que se recupera un poco, que algo está mejorando, y por primera vez decido que al menos voy a correr una vuelta. Sigo  animándome, empieza la bajada, alcanzo a una chica, recupero un poco y alcanzo a Vicente. Y por fin empiezo a sentirme mejor (cansado y contrariado, pero no muerto).

Vamos a por esa T2. Dejo la bicicleta y con las primeras zancadas me doy cuenta de que la planta de los pies está tocada (lo había olvidado), pero allí está la familia: tal vez puedo terminar, no sé qué tal lo haré, pero debería intentarlo o me arrepentiré... Al poco de empezar me encuentro a Torito, con un cartel que no olvidaré nunca (y aquí lo dejo para siempre) con toda su familia jaleando como si no hubiera mañana. Vale, decidido: voy a terminar. Se me va Vicente, yo no puedo ir tan deprisa, me paro a hablar con Bego, le lloro un poquito para que me dé mimos (nenaza), pero le aseguro que voy a terminar. Más adelante, en el corazón de la carrera, más ánimos de la marea roja. Sigo fundido, pero por fin llega el agua fresca. Dos botellas: una para dentro, otra por encima, bajo, subo, bajo, vuelvo a subir y… click, el motor empieza a carburar, cuatro horas y media después de la salida, qué se le va a hacer, encendido lento. Ya no siento el calor, me quedan fuerzas en las piernas, ya soy yo, ya soy feliz. Vamos, vamos, vamos… 

Y así tres vueltas más, disfrutando de la animación, de las chicas de abajo que te hacían la ola, de mis compañeros, de Ángel que va y viene, de mi familia, de los saludos con mis compañeros de fatigas. Me recuperé al final, pero si no hubiera estado así de arropado, abandono. Hubiera sido la primera vez, pero afortunadamente no tocaba.

En resumen, un half para no olvidar: jamás había hecho mejor natación (42%) ni peor bicicleta (74%). Vigésimosexto en la carrera a pie y cuarto de mi grupo de edad constituyen un resultado fantástico. Y lo más importante: la lección aprendida con el neopreno y la satisfacción de haber mantenido el cuerpo de pie gracias a la cabeza.


Empieza la temporada 2016/17.

domingo, 10 de julio de 2016

Half Vitoria 2016

De Vitoria tenía hasta hace dos años un recuerdo fugaz, sin mucho caldo, de los de ni fu ni fa. Pero los dos triatlones que he terminado allí son de los que espero no olvidar nunca. El primero, por razones obvias: mi primer IM. El segundo, el medio IM, por todo lo vivido durante el pasado fin de semana, la intensidad de la prueba y, sobre todo, por el inesperado final.

Esta vez no quiero aburrir a nadie con detalles de mi carrera, ya que el patrón es el mismo de siempre. Nadé como siempre (un pelín mejor, quizá, que en ocasiones anteriores) y me esforcé en la bicicleta, así que corrí algo peor en comparación con otras pruebas. Como decía, no fue la prueba misma. Lo que creo que no olvidaré sino el final de la misma, que afortunadamente Esti grabó en un vídeo que seguro que veré unas cuantas veces más.

Antes de empezar, estaba "estadísticamente" convencido de que mi puesto sería el quinto o el sexto, así que había posibilidades no remotas de podio. Comencé fuerte con la bicicleta, pero poco a poco vi que no estaba bien de piernas, así que aguanté para no fastidiar la carrera a pie. Ya en Vitoria, aunque quería ir más deprisa y no dejé de adelantar triatletas todo el tiempo, esta vez no podía ir a buen ritmo (vaya por delante que fui el primero de mi grupo de edad), así que me contenté con no bajar la guardia. Pero llegado el  kilómetro diecinueve me pasó alguien que podía tener mi edad, así que me enganché a él, me fui animando y llegado el kilómetro 20 empecé a apretar por si acaso. Me animé de tal manera que pasé 8 ó 10 triatletas en el último kilómetro, si no más. Al final apreté con la sola idea de entrar yo solito en meta: que nadie me estropeara la foto. Pero lo bueno no había empezado aún.

La primera parte del inesperado final fue la banda sonora que acompañó mi entrada en meta. Cuando tenía 16 ó 17 años (muchos de mis chavales del club ni habrían nacido) descubrí a AC/DC y su "Highway to Hell" (sí, me lo han dicho muchas veces: no me pega). Todavía conservo el cassette. Cuántos kilómetros no habré corrido en mi vida oyendo las "Hell Bells", el "Back In Black", el "Thunderstrack"... Es la música de cuando era un crío, pero sigue siendo la música cuando quiero ir a tope. Algunos toman EPO y otros hacen drafting: yo escucho a AC/DC (entre otros muchos, claro 8-). Así que, la llegada a meta empieza mejor que bien.

Pero si la banda sonora de la llegada me puso el vello de punta porque ya era más de lo que me merecía, allí mismo, en el centro de la llegada, bajo el sol de julio y ya cerca de las 14:00, estaban un grupo de preciosidades, engalanadas de rojo Complutum, para dejar claro que Complutum Triatlón había viajado para conquistar Vitoria (y vaya si lo conseguimos, ocupando la portada de El Correo al día siguiente -catalizado todo una vez más por el IM épico de nuestro "pura élite" Rober, top ten absoluto-). Choqué feliz sus manos con una sonrisa de oreja a oreja, y por si había tenido poco, las guerreras se pasan al otro lado y más de lo mismo unos metros antes de entrar en meta.

Ya no necesitaba más: ya era totalmente feliz con lo vivido, viendo volar a mis compañeros, alucinando de cómo nadan, cómo van en bici, cómo corren. En resumen, cómo progresan unos y otros a base de su esfuerzo y los consejos y ánimos de los demás. Todo ello justificaba la enorme sonrisa con la que entré en meta, sin nadie que me robara protagonismo, satisfecho de también de mi esfuerzo, orgulloso de mi gente y de mi club. Sinceramente, sin más pretensiones. 


Nos fuimos al hotel, me duché para irnos a reponer fuerzas y poder seguir en directo a los compañeros que participaban en el IM. Cuando íbamos a salir miré la clasificación y no pudé evitar dar un grito de alegría. No me lo esperaba, no me lo podía creer. Era consciente de que podía haberlo hecho mejor, así que la probabilidad de hacer podio era... era... qué narices: tercer clasificado. Prácticamente cuatro tíos en el mismo minuto y yo era el primero de los cuatro: me lo merecía por no tirar la toalla al final, cuando es más fácil hacerlo, después de tantos meses de esfuerzo de mi familia.. Podría haber tirado la toalla y decidí apretar cuando en apariencia ya estaba todo el pescado vendido. Y lo conseguí: las sorpresas solo son sorpresa cuando no las esperas.

Feliz. Por fin fuera la espinita de Niza.

domingo, 5 de junio de 2016

Ironman Niza

La tarde antes de participar en el Ironman de Niza comentaba que estaba tranquilo porque estaba seguro de tenerlo todo bien atado. Pero no era así: no estaba todo atado. Como reza el refrán anglosajón, “the devil is in the detail”. Si no hubiera sido por ese “detail”, hoy no seguiría enfadado conmigo mismo (se me pasará 8-). Seguramente tendría Hawai a la misma distancia, pero todo habría salido según lo previsto. Estaría igual de orgulloso, pero no enfadado.

Niza Team
Pasado el vendaval, y aunque no he tenido tiempo de meditar mucho, la verdad es que me parece pretencioso hacer un primer Ironman con el objetivo de terminar y hacer el segundo con el objetivo de alcanzar el cielo. No es razonable: tengo cierta edad, no sé si tengo condiciones, pero seguro que no tengo suficiente experiencia. Por eso, como siempre, solo me queda aprender del error. Porque no tengo excusa para el error cometido. Os lo voy a contar, teniendo presente que la diferencia entre una explicación y una excusa es la intención, y mi única intención al contarlo es aprender de los errores, que no vuelvan a pasar.

4:00. Llega el día esperado durante los últimos meses. Tenso, pero poco nervioso. De hecho, he dormido muy bien. Desayuno y hago los últimos preparativos (pegatinas, protector solar, rellenar bidones, hacer sándwiches…).

5:00. Recepción. Taxis, fotos y los ocho (Andrés y familia, Guille, Noelia y Bego) para le Promenade des Anglais. Allí nos esperan Ángel y Raquel.

5:30. Entro al box. Retiro bolsa, dejo bidones y aparatos de medida, reviso frenos, ruedas, cambio… todo aparentemente bien. Me voy hacia la playa. Me pongo el neopreno y entrego la bolsa con la ropa de calle. A la salida...

Rolling start
6:00. Me meto al agua para empezar a calentar. Está menos fría que el día antes (también es verdad que me bañé sin neopreno 8-). Me dirijo a mi puesto estimado para “disfrutar” del rolling start. Entablo conversación con unos andaluces muy simpáticos.

6:30 y pico. Al agua. Le doy al botón. No hay mucho contar. Quería hacer 1:10 y me voy a 1:16. Era obvio que me adelantaba más gente que la que yo adelantaba. También era obvio que estaba haciendo más metros de los necesarios al eludir el contacto. Culpa mía y de nadie más. Isra e Iván hacen más que bien su trabajo, pero soy mal alumno y punto. No tengo más remedio que seguir buscando la mejora (y lo conseguiré, vaya si lo conseguiré). Sin excusas. No importa: hay margen.

7:45 y pico: T1. Nada especial que reseñar. Me subo a la bici, pero ya en los primeros metros noto que algo no va bien, aunque no acierto a saber qué. A los pocos kilómetros ya lo sé: el sillín está flojo. Lo cambié dos días antes y lo probé, pero lo debí probar poco. Menuda faena. Voy bien, pero empiezo a preocuparme porque aquello se mueve: lentamente empeora. Finalmente, en pocos kilómetros resulta casi imposible sentarse y pedalear: me voy hacia atrás. Las subidas las hago todas de pie. No puedo arreglarlo: todo estaba tan "tremendamente" bien atado que deseché llevar llaves para ahorrarme unos gramos. Pregunto a varios corredores y, como yo, opinan que debe haber algún tipo de ayuda mecánica en el col de l’Ecre. Setenta kilómetros y kilómetros y medio de desnivel sin posibilidad de sentarme en las subidas. Las vistas son magníficas, el recorrido es precioso (de verdad, sientes que participas en el Tour de Francia), pero es difícil disfrutar. Sé que voy a llegar arriba, pero ¿se me caerá el tornillo del sillín sin que me dé cuenta?

The day before...
10:45 aprox. Col de l’Ecre. Me dirijo a una árbitro y le pregunto si hay taller o alguien que me pueda prestar una llave Allen. Tengo el sillín colgando de la tija, sujeto en la mano. Me pregunta que desde dónde vengo así… en fin, desesperado. No tiene ni idea de dónde hay algo parecido a un taller, quizá más adelante, allí no. Afortunadamente un ciclista espectador me ve y me acerca la llave. Pero entonces cometo el segundo error: aprieto y aprieto sin fijarme en la posición del sillín. Doy las gracias y salgo pitando para arreglar lo que ya no tiene arreglo, pero pronto me empiezo a dar cuenta de que el sillín está mal nivelado (muy mal, peor imposible). Afortunadamente está fijo, pero radicalmente mal, así que cuando creía resuelto el problema, me entero de que solo me quedan otros 100 kilómetros de calvario.

Resignado me dedico a hacerlo lo mejor posible. Curiosamente, solo voy cómodo cuando subo y me pongo de pie. No hay mucho que rascar. Hasta tres caídas veo, que solo me sirven para resignarme: sería infinitamente peor estar en su sitio (mal de unos cuantos, consuelo de idiota). En las bajadas arriesgo lo que no arriesgo nunca, en las subidas me dedico a echar cuentas para ver si voy a bajar de once horas. Había presumido de que iba a hacerlo y aunque cualquiera lo va a entender, me niego, me da vergüenza. Es más: si no bajo de 10:50 me va a dar algo. Cuando bajamos la Condamine y desaparecen las cuestas, los cálculos son más sencillos y esperanzadores: con una T2 de tres o cuatro minutos, tengo unas 3 horas y 20 minutos para bajar de 11.

Sé que puedo.

14:30. T2 sin problemas. Estoy enfadado, muy enfadado conmigo, pero ya solo queda la rabieta final: aunque no me sirva ya para mucho y yo sea el único culpable de mi resultado, tengo que llevarme algo bueno de Niza. Si correr es lo único que hago bien, que quede por escrito para siempre. Y me lanzo a correr como si tuviera algo que ganar. Tal como me había prometido: sin excusas, por Bego, por mi.

Aunque quede mal decirlo, empiezo controlándome. Veo a nuestras chicas por primera vez y se me pasa por la cabeza acercarme para decirles que “no es el día, pero esto es territorio Manu: atentas”. Durante kilómetros pido paso a unos y otros, me salgo al carril bici, me salgo al carril de vuelta, el reloj no deja de marcar ritmos de película hasta para mi. Un corredor me grita “eso es correr, complutense”: más sonrisas por primera vez en muchas horas. Creo que paso la media en menos de 1:30. El ritmo decae lentamente (lo normal), pero sigue siendo bueno. Aguanto bien hasta el final de la tercera vuelta. Y nuestras cuatro chicas siguen ahí gritando como si fueran cuarenta o más. Ahí ya voy más despacio, pero aquello es “The Walking Dead”: todos van más despacio, mucha gente empieza a andar ya. Me doy cuenta de que en 41 kilómetros solo me ha pasado un triatleta. Llegando me pasa otro. Ya no sé si pararme a darle un beso a las cuatro chicas, pero prometí no dejar de soñar hasta la última zancada y por eso sigo corriendo hasta el último centímetro antes de convertirme en finisher.

Segundo Ironman terminado: rabia y orgullo a partes iguales. Fin de la historia.

The day after...
Ya lo dije antes: “el diablo está en los detalles”. Durante meses has madrugado lo que no está escrito, has robado horas al descanso, has pedaleado y corrido hasta la extenuación en pos de un sueño. Y no solo eso: tu mujer se ha esforzado como tú y te ha regalado muchísimas horas de su tiempo para poner tu sueño más cerca. Pero no ha podido ser. El objetivo era bajar de 10:30, no otro (lo de Hawai entraba, basta mirar el nivel que hay, en el terreno del azar). El deporte es así. La vida, en realidad, es así. No hay ningún drama en todo ello. Al contrario, me considero muy afortunado por los grandes ratos que he pasado junto a esos titanes que son mis compañeros de entrenamiento y estoy más que orgulloso de mi mujer y de mí mismo, feliz de tener los compañeros que tengo (los que han ido a Hawai, los que van a ir y los que ni lo sueñan, pero lo merecen igual) y deseoso de seguir soñando muchos años más.

miércoles, 1 de junio de 2016

No dejaré de soñar

Half de Peñíscola
Después de muchos años pensándolo, hace más de cinco que me dio por saltar definitivamente al triatlón. Pronto me preguntaron si tenía decidido qué tipo de pruebas hacer. Y la verdad es que no tenía ni idea. Siempre he sido demasiado sensato (¿o miedoso?)  para meterme en lo que desconozco (razón por la que seguramente me he perdido muchas cosas, pero uno es como es) y esa vez no fue diferente: no sabía qué quería hacer. Al pasar el tiempo vas entendiendo que si lo tuyo siempre ha sido y sigue siendo la larga distancia, la respuesta es clara. Y tener como reto mi primer triatlón de distancia Ironman casi llegó solo: Vitoria 2014.

Gracias al triatlón he descubierto infinitas cosas en estos años. Por ejemplo, que por muy torpe que seas nadando, puedes mejorar si perserveras en ello; también he aprendido, subido a la bicicleta en este caso, que el dios del viento es un sinvergüenza que te fastidia lo que no está escrito para demostrarte que es más fuerte que tú, pero que también es noble, porque siempre hay un momento en que se hace el silencio y allí donde irías a 28 km/h te sorprendes al doble de velocidad (el dios ha decidido que mereces tu premio); y también he descubierto que puedo seguir corriendo como siempre, y encima sin lesiones. Podría escribir un libro de experiencias nuevas.

Valle "del Corzo"
También gracias al triatlón he conocido a muchísima gente formidable: unos van muy deprisa y otros no tanto, unos hacen distancias cortas y otros largas, unos vienen de la natación, otros de la bicicleta y otro de correr; hay polícias, médicos, banqueros, cocineros, en mi querido club tenemos de todo... Pero lo mejor es toda esa gente que he conocido que sabe reconocer al que lucha por alcanzar sus límites, que vale más el que se cae y se vuelve a levantar, que comparte los malos ratos con el que no busca excusas, que disfruta de los éxitos de sus compañeros tanto o más que de los suyos…

Cuento esto como si fuera una despedida del triatlón o algo así. Y no lo es, en absoluto. Pero sí es cierto que, como dice José, preparar un Ironman es buscarse un segundo trabajo. Y por este segundo trabajo nadie te paga. Es más: pagas tú y, lo que es peor, paga tu familia. A pocos días de celebrarse la prueba no sabes qué te dará más satisfacción: si convertirte en finisher o dejar de estar obligado a dedicar tantísimas horas al entrenamiento. Anhelo volver a tener tiempo para mis docenas de proyectos familiares y personales ¿por qué si no este blog no se mueve desde octubre del año pasado? Y como este blog, tantas cosas más.

Después de 184 kilómetros nadando, 5.600 kilómetros pedaleando y casi 1.200 corriendo, está todo hecho. Varios cientos de horas de entrenamiento durante más de seis meses para llegar a una forma física de la que estoy satisfecho. Antes de mi segundo maratón, allá por 1996 más o menos, un compañero me dijo que no me confiara, que tras terminar el primero todo el mundo creía que aquello era fácil. Y sufrí: tenía mucha razón. No voy a cometer ese mismo error en este segundo Ironman, mi respeto es el mismo, pero tampoco voy a ser conservador: no me vale con llegar.

Ha sido bonito (no: precioso) vivir todos estos meses con la ilusión de clasificarme para Hawai. Llegado el momento de la verdad y habiendo hecho los deberes lo mejor que he podido, lo considero casi imposible: soy un convencido (vale: friki) de la estadística y no me salen las cuentas por más teoremas que aplique. Necesito nada menos que cuatro pequeños milagros (uno en la natación, otro en la bicicleta, un tercero en la carrera a pie y uno último en el sorteo). Pero como creo que en el fondo me conocen bien pocas personas, prometo que voy a intentarlo igual que si fuera fácil, que hasta que cruce la meta, no dejaré de soñar .