domingo, 13 de julio de 2014

Ironman Finisher

13 de julio de 2014. 5:15. He dormido razonablemente bien. Me he despertado varias veces, pero he vuelto a dormirme fácilmente. Creo que no estoy nervioso, solo preocupado. Lo que toca es vestirme, preparar la bebida isotónica, el par de sandwiches y desayunar. A las 6:00 estoy en el autobús que nos lleva desde Vitoria hasta Landa. No está lleno, así que me desparramo ocupando dos asientos y me pongo a buscar razones. Razones para no ponerme nervioso a medida que se acerque la hora de tirarse al agua y razones para seguir adelante cuando la cabeza o el cuerpo empiecen a quejarse, espero que dentro de muchas horas. Y encuentro muchas, y muy buenas.Y llego a la conclusión de que el mayor mérito que puedo tener si llego a meta es el de saber estar tan bien rodeado.

Salida de los Iron
6:30. Llegamos a Landa. Enseguida me encuentro con José. Nos quedan dos horas de espera, ultimar detalles, pasar por el baño, contar flipatletas, tocar el agua (quizá a unos 20 grados)... llegan nuestras familias, y más tarde Andrés. Empezamos a enfundarnos en nuestros neoprenos debidamente desinfectados contra el mejillón cebra y entre unas y otras se me pasa el tiempo rápido. Nos vamos a boxes y empiezan a llamarnos: élite, mujeres, half... y por fin los iron. Dicen que vamos con retraso, pero no me importa mucho, estoy como en otra guerra. De hecho, suena la bocina y ni siquiera tengo puestas las gafas.

3.800 metros: 50%
8:25, más o menos. Swim to survive. Entramos al agua centenares de triatletas con gorro rojo. Afortunadamente la salida es amplia y creo que la gente va con menos ansia que en pruebas más cortas. Me caen un par de leñazos, pero no aprecio conducta dolosa 8-). Además, he puesto la cabeza en modo "no pienses, no te quejes de nada, solo preocúpate de respirar". Empiezan esos síntomas de asfixia que siempre tengo a los pocos minutos, pero ya lo he entrenado en la cabeza. Y como esperaba, a los 600/800 metros empiezo a sentirme cómodo: sé que lo peor ha pasado. Me relajo. Empiezan a caer boyas (hay 7 en cada vuelta), me pongo a pies a ratos, noto que también a mi me siguen de vez en cuando. De hecho en la recta de vuelta del primer 1.900 paso gorros half: luego no voy mal del todo. Inicio la segunda vuelta con la mitad de preocupación que la primera porque ya tengo un 25% del IM en mi bolsillo. En la segunda vuelta todo es más fácil. El tiempo, el previsto: salgo en un "espectacular" puesto 607. Feliz. Ya tengo el 50% de esta barbaridad en mi bolsillo. Como me había dicho Rober, casi ni me he enterado. Primera gran sonrisa del día de la sonrisa.

Dejando T1: a por esos 180 km.
Ninguna complicación en la T1. Está todo muy bien organizado. Y son muchos días pensando en los detalles para que algo salga mal. Vamos allá. Ride to enjoy. En la primera vuelta todo es comodidad. Como me temía, el recorrido está lleno de toboganes, y hay tramos con el suelo mejorable. Pienso: seguro que José dirá que el recorrido es un poco "pestoso", con razón. Y es que no hay grandes subidas ni bajadas, pero poco llano (curiosamente la zona se conoce como la llanada alavesa). Voy vigilando la media, para no alegrarme más de la cuenta y llego al primer encuentro previsto con mi dream team con más de 32 km/h. Al poco adelanto y animo a José González de la Aleja (ex-complutum). Sigo muy fresco, acordándome de todos los consejos de los IM del club: come, bebe... y yo como, bebo... el estómago responde bien y cuando me quiero dar cuenta estoy en el kilómetro 107. Último encuentro con la familia antes de la T2. Besitos y más sonrisas.

107 km.
Todo va bien, sigo algo por encima de 32 km/h. pero hacia el 120 me doy un buen susto: paso por encima de algo metálico y algo negro y un chirrido como de afiladora me hace pensar que se ha rajado la cubierta. En décimas le digo adios al Ironman, y en décimas compruebo que la rueda sigue inflada. Freno, paro, veo una especie de lámina allí atrás y un pegote de cinta aislante negra entre la horquilla y la rueda, que es lo que causa el ruido de afiladora. Buf, el drama ha durado poco... Y ya que estoy parado, a regar la llanada alavesa.

A partir de ahí, empiezo a notar el cansancio. Hace algo de calor y me bajo los manguitos. También hace más viento, como estaba previsto, pero afortunadamente casi siempre sopla de lado. Estamos teniendo suerte, pero es evidente que estoy fuerte. Tanto entrenamiento ha servido para tener estos momentos de fortaleza. Se suceden en mi cabeza las galopadas de Rober, Polo y Nico en las que nos sacan los ojos a los humanos, a ritmos "universales" de 35 km/h, las salidas con lluvia, aquel día épico que subimos la Vega más de 40 km. contra el viento, los descensos glaciales hasta Aranzueque, cuando crees que se ha roto el cambio porque los dedos no pueden ni moverlo, la hermosa subida a Morga... en algún sitio tenía que estar todo eso. Pero queda mucho y sigo pendiente de los consejos de Carlos y mantengo la calma. Precisamente el día antes me recomendaba Ángel que comiera todo lo que puediera hacia el 140. Y como soy buen alumno, me zampo un sandwich y un plátano.

Hacia el 160, veo una comadreja y le grito "aparta, bicho": solo me faltaba ser descalificado por delito ecológico. Se nota que voy a menos, pero me conservo bien para mi edad. Sigo pasando gente y entro en Vitoria sin prisas, hasta me descalzo. El ritmo ha caído a 31 km/h. y pico, pero sigo cumpliendo la previsión optimista: más sonrisas.

Entrada a T2: 90%
15:35 o así. T2. Espectacular la organización una vez más: una cadena de voluntarios se encarga de las bicis. Empiezo a trotar descalzo, me duele la planta de los pies; no recuerdo ni mi dorsal, pero acabo encontrando la bolsa, agarro una silla, me calzo y salgo zumbando. Debería estar machacado ¿no? Pues no, me siento bien, muy bien, demasiado bien, no me puedo creer que me sienta así después de lo que llevo (de lo que llevamos) encima. Estas sensaciones son las que me hacen cometer el único error serio de toda la prueba: ir más deprisa de lo racional.

En 25 kilómetros no dejo de adelantar gente. Suena a chulería, pero solo pienso en una frase: Run like a pro. Raquel me pregunta que cómo voy: muy bien, respondo; pero casi me gustaría responderle lo que me dijo Rober en la media de Alcalá: "ahora mismo aceleraba". Bebo y vuelvo a beber, como los peces en el río. La sandía me sabe a gloria. Veo a José y le alcanzo. Le pregunto (con dudas, pero con total ingenuidad) si me saca una vuelta y no sé qué me responde, pero me manda al carajo y luego me pide que tire para adelante. En realidad, su ritmo es mucho más inteligente porque va al ritmo correcto para aguantar hasta el final y el mío no. Pero de eso no me doy cuenta hasta que empiezo la tercera vuelta.

Maratón: 2ª vuelta de cuatro
A partir del km. 25, las piernas empiezan a fallar. No es un muro en el sentido del maratón, es una cuesta arriba cada vez más empinada. Me hacía ilusión bajar claramente de 3 horas y media, pero ya no lo veo. Hacia el km. 33 entro en el WC móvil. Después de una eternidad (¿pero cuánto líquido cabe en la vejiga?) intento correr, pero tengo que andar. Además, el estómago ya ha dejado de colaborar: solo puedo beber agua; sé que si tomo algo distinto voy a acabar vomitando. Ya solo me queda usar las armas secretas, las que preparé de madrugada en el autobús que nos llevaba a Landa.

Empiezo a pensar en mis padres. En esas personas que encarnan mejor que nadie esa frase que tanto me gusta: "Never give up…and smile". Aunque con otras palabras, son muchas las veces que me han dicho: no te preocupes porque ahora solo veas una cuesta arriba, un esfuerzo más y otro más y otro… y habrás llegado. También pienso en mi mujer. Necesitaría varios dígitos para enumerar la cantidad de ocasiones que este año me he encontrado hecho por ella algo que debería haber hecho yo. Cada vez que le he pedido tiempo para entrenar en todos estos meses, no he recibido ni un reproche. Le debo demasiado. Pero aún tengo me queda una buena razón para no parar...

Se trata de una historia que sucedió hace casi cuarenta años. Hace meses mi madre me soltó algo parecido a ¿quién me lo iba a decir a mi cuando tenías 10 años? y me recordó momentos que casi había olvidado. Por aquel entonces, algo se empezó a torcer en mi espalda de niño. Llegó un momento en que me costaba caminar y tenía que sentarme cada poco tiempo. Durante un largo año un médico de La Paz (mediocre, por decirlo suavemente) estuvo tratándome con antibióticos sin ton ni son. Incluso acabé repitiendo curso escolar por tanta ausencia. Afortunadamente, aunque desesperados, mis padres me llevaron al Hospital Infantil de San Rafael. Del primer día solo recuerdo una cosa: un doctor colérico preguntándose cómo se podía hace aquello con un niño y diciéndole a mi madre que no se preocupara porque me iba a curar. Fueron varios años durmiendo en lechos de escayola y haciendo rehabilitación, pero lo consiguió. Jamás olvidaré el nombre de aquel buen traumatólogo: Pablo Arroquia.

Una hora antes no me reía tanto...
Con todas estas buenas razones, ya solo tengo un deseo: no parar. Cada vez voy más despacio, pero cada rato que pasa, más es la gente que camina. José no, José no para y le veo acercarse: qué carrerón está haciendo. El km. 8 de cada vuelta es mi preferido por su avituallamiento y la piscinita de agua para refrescarse. A partir de ahí (km 39 y pico) la agonía se transforma en emoción porque empiezo a ver el cielo. La animación crece, ahora sí que no voy a parar. Aprieto, o me lo parece. Mi hija no puede entrar conmigo (reglas de la Federación, según parece: seguramente muy meditada, pero nadie entiende que no nos dejen compartir ese momento con tus hijos), pero da igual: se lleva mi última sonrisa, unos metros antes de convertirme, por fin, en finisher.

Me siento muy feliz de haberlo conseguido. He tenido suerte, pero también el mérito, como decía al principio, de rodearme de grandes personas: Gracias, don Pablo, por devolver la tranquilidad a mis padres y la normalidad a este crío. Gracias, cariño, porque los dos somos finisher (y lo sabes... 8-). Gracias, papá y mamá, por enseñarme a ser como soy. A mis complutums, por toda su ayuda, consejos y ánimos. Y a mis familiares, amigos y compañeros, por su infinita paciencia conmigo.

Ah, el tiempo, sí: más que nunca es lo de menos. Como dijo una vez Siro, no me siento mejor que nadie, pero sí añadiré algo: estoy orgulloso de ser Ironman Finisher y encantado de poder compartirlo.