domingo, 5 de junio de 2016

Ironman Niza

La tarde antes de participar en el Ironman de Niza comentaba que estaba tranquilo porque estaba seguro de tenerlo todo bien atado. Pero no era así: no estaba todo atado. Como reza el refrán anglosajón, “the devil is in the detail”. Si no hubiera sido por ese “detail”, hoy no seguiría enfadado conmigo mismo (se me pasará 8-). Seguramente tendría Hawai a la misma distancia, pero todo habría salido según lo previsto. Estaría igual de orgulloso, pero no enfadado.

Niza Team
Pasado el vendaval, y aunque no he tenido tiempo de meditar mucho, la verdad es que me parece pretencioso hacer un primer Ironman con el objetivo de terminar y hacer el segundo con el objetivo de alcanzar el cielo. No es razonable: tengo cierta edad, no sé si tengo condiciones, pero seguro que no tengo suficiente experiencia. Por eso, como siempre, solo me queda aprender del error. Porque no tengo excusa para el error cometido. Os lo voy a contar, teniendo presente que la diferencia entre una explicación y una excusa es la intención, y mi única intención al contarlo es aprender de los errores, que no vuelvan a pasar.

4:00. Llega el día esperado durante los últimos meses. Tenso, pero poco nervioso. De hecho, he dormido muy bien. Desayuno y hago los últimos preparativos (pegatinas, protector solar, rellenar bidones, hacer sándwiches…).

5:00. Recepción. Taxis, fotos y los ocho (Andrés y familia, Guille, Noelia y Bego) para le Promenade des Anglais. Allí nos esperan Ángel y Raquel.

5:30. Entro al box. Retiro bolsa, dejo bidones y aparatos de medida, reviso frenos, ruedas, cambio… todo aparentemente bien. Me voy hacia la playa. Me pongo el neopreno y entrego la bolsa con la ropa de calle. A la salida...

Rolling start
6:00. Me meto al agua para empezar a calentar. Está menos fría que el día antes (también es verdad que me bañé sin neopreno 8-). Me dirijo a mi puesto estimado para “disfrutar” del rolling start. Entablo conversación con unos andaluces muy simpáticos.

6:30 y pico. Al agua. Le doy al botón. No hay mucho contar. Quería hacer 1:10 y me voy a 1:16. Era obvio que me adelantaba más gente que la que yo adelantaba. También era obvio que estaba haciendo más metros de los necesarios al eludir el contacto. Culpa mía y de nadie más. Isra e Iván hacen más que bien su trabajo, pero soy mal alumno y punto. No tengo más remedio que seguir buscando la mejora (y lo conseguiré, vaya si lo conseguiré). Sin excusas. No importa: hay margen.

7:45 y pico: T1. Nada especial que reseñar. Me subo a la bici, pero ya en los primeros metros noto que algo no va bien, aunque no acierto a saber qué. A los pocos kilómetros ya lo sé: el sillín está flojo. Lo cambié dos días antes y lo probé, pero lo debí probar poco. Menuda faena. Voy bien, pero empiezo a preocuparme porque aquello se mueve: lentamente empeora. Finalmente, en pocos kilómetros resulta casi imposible sentarse y pedalear: me voy hacia atrás. Las subidas las hago todas de pie. No puedo arreglarlo: todo estaba tan "tremendamente" bien atado que deseché llevar llaves para ahorrarme unos gramos. Pregunto a varios corredores y, como yo, opinan que debe haber algún tipo de ayuda mecánica en el col de l’Ecre. Setenta kilómetros y kilómetros y medio de desnivel sin posibilidad de sentarme en las subidas. Las vistas son magníficas, el recorrido es precioso (de verdad, sientes que participas en el Tour de Francia), pero es difícil disfrutar. Sé que voy a llegar arriba, pero ¿se me caerá el tornillo del sillín sin que me dé cuenta?

The day before...
10:45 aprox. Col de l’Ecre. Me dirijo a una árbitro y le pregunto si hay taller o alguien que me pueda prestar una llave Allen. Tengo el sillín colgando de la tija, sujeto en la mano. Me pregunta que desde dónde vengo así… en fin, desesperado. No tiene ni idea de dónde hay algo parecido a un taller, quizá más adelante, allí no. Afortunadamente un ciclista espectador me ve y me acerca la llave. Pero entonces cometo el segundo error: aprieto y aprieto sin fijarme en la posición del sillín. Doy las gracias y salgo pitando para arreglar lo que ya no tiene arreglo, pero pronto me empiezo a dar cuenta de que el sillín está mal nivelado (muy mal, peor imposible). Afortunadamente está fijo, pero radicalmente mal, así que cuando creía resuelto el problema, me entero de que solo me quedan otros 100 kilómetros de calvario.

Resignado me dedico a hacerlo lo mejor posible. Curiosamente, solo voy cómodo cuando subo y me pongo de pie. No hay mucho que rascar. Hasta tres caídas veo, que solo me sirven para resignarme: sería infinitamente peor estar en su sitio (mal de unos cuantos, consuelo de idiota). En las bajadas arriesgo lo que no arriesgo nunca, en las subidas me dedico a echar cuentas para ver si voy a bajar de once horas. Había presumido de que iba a hacerlo y aunque cualquiera lo va a entender, me niego, me da vergüenza. Es más: si no bajo de 10:50 me va a dar algo. Cuando bajamos la Condamine y desaparecen las cuestas, los cálculos son más sencillos y esperanzadores: con una T2 de tres o cuatro minutos, tengo unas 3 horas y 20 minutos para bajar de 11.

Sé que puedo.

14:30. T2 sin problemas. Estoy enfadado, muy enfadado conmigo, pero ya solo queda la rabieta final: aunque no me sirva ya para mucho y yo sea el único culpable de mi resultado, tengo que llevarme algo bueno de Niza. Si correr es lo único que hago bien, que quede por escrito para siempre. Y me lanzo a correr como si tuviera algo que ganar. Tal como me había prometido: sin excusas, por Bego, por mi.

Aunque quede mal decirlo, empiezo controlándome. Veo a nuestras chicas por primera vez y se me pasa por la cabeza acercarme para decirles que “no es el día, pero esto es territorio Manu: atentas”. Durante kilómetros pido paso a unos y otros, me salgo al carril bici, me salgo al carril de vuelta, el reloj no deja de marcar ritmos de película hasta para mi. Un corredor me grita “eso es correr, complutense”: más sonrisas por primera vez en muchas horas. Creo que paso la media en menos de 1:30. El ritmo decae lentamente (lo normal), pero sigue siendo bueno. Aguanto bien hasta el final de la tercera vuelta. Y nuestras cuatro chicas siguen ahí gritando como si fueran cuarenta o más. Ahí ya voy más despacio, pero aquello es “The Walking Dead”: todos van más despacio, mucha gente empieza a andar ya. Me doy cuenta de que en 41 kilómetros solo me ha pasado un triatleta. Llegando me pasa otro. Ya no sé si pararme a darle un beso a las cuatro chicas, pero prometí no dejar de soñar hasta la última zancada y por eso sigo corriendo hasta el último centímetro antes de convertirme en finisher.

Segundo Ironman terminado: rabia y orgullo a partes iguales. Fin de la historia.

The day after...
Ya lo dije antes: “el diablo está en los detalles”. Durante meses has madrugado lo que no está escrito, has robado horas al descanso, has pedaleado y corrido hasta la extenuación en pos de un sueño. Y no solo eso: tu mujer se ha esforzado como tú y te ha regalado muchísimas horas de su tiempo para poner tu sueño más cerca. Pero no ha podido ser. El objetivo era bajar de 10:30, no otro (lo de Hawai entraba, basta mirar el nivel que hay, en el terreno del azar). El deporte es así. La vida, en realidad, es así. No hay ningún drama en todo ello. Al contrario, me considero muy afortunado por los grandes ratos que he pasado junto a esos titanes que son mis compañeros de entrenamiento y estoy más que orgulloso de mi mujer y de mí mismo, feliz de tener los compañeros que tengo (los que han ido a Hawai, los que van a ir y los que ni lo sueñan, pero lo merecen igual) y deseoso de seguir soñando muchos años más.

3 comentarios:

  1. Manolo eres un gran campeón. Con sillín o sin sillín. Magnífica carrera y lástima que no hayas conseguido tu objetivo, pero según como se te puso el tema, te salió mejor que bien. ¡Enhorabuena!

    ResponderEliminar