domingo, 27 de noviembre de 2016

Va por ti, Dani

En unas de las ciudades más encantadoras de las que he conocido, Florencia, tenía intención de conseguir marca para Berlín. Hasta el 14 de noviembre tenía mis dudas y miedos, como siempre… y más tratándose de una maratón, la decimoquinta creo. Supongo que todos buscamos la motivación constantemente, y es obvio que la encuentra uno a veces donde menos la espera. Desgraciadamente, un puede puede encontrarla donde nadie querría hacerlo. Y ese maldito lunes supimos que una gran persona nos había dejado para siempre; por eso desaparecieron los miedos, supe que iba a conseguir el objetivo, que era obligatorio conseguirlo.

Porque Dani era lo que todos llamaríamos un cielo, un encanto... De esas pocas personas que se esconden cuando tú triunfas para no quitarte protagonismo, pero que los tienes a tu lado si las cosas no van bien y los demás ya no aparecen. Y da rabia, muchísima rabia, que las cosas funcionen así, que se vaya la buena gente de esta forma. Y como no podía hacer mucho más por él que correr y escribir esto en su memoria, eso lo que he hecho en Florencia hoy y aquí lo cuento ahora.

Nunca olvidaré aquella tarde en Pareja donde todos teníamos que llevar algo para compartir y él llevo, qué se yo, media docena de barras de pan, media docena de botellas de refresco, dos empanadas... si nos descuidamos nos da de comer a todo el equipo.

Nunca olvidaré aquel triatlón de Pálmaces que terminó como un grande a pesar de que su envergadura no era la óptima para una prueba tan dura, cómo me sonreía cada vez que me cruzaba con él, o la sorpresa al finalizar la prueba, una vez más, cuando apareció con no sé cuántos litros de cerveza para celebrarlo, ni la conversación que tuvimos en el viaje de vuelta.

Nunca olvidaré cuando me bautizó empezando a llamarme Don Manuel, la única persona que sé que lo decía desde el más profundo respeto. Ahora, cada vez que me lo llamen, me parecerá bien, aunque muchos no sepan por qué me tratan de Don.

Nunca olvidaré cómo nos reímos en aquel triatlón en que nos fueron a poner el número en el brazo y a él no le encontraban sitio entre tanto tatuaje.

Nunca olvidaré cómo trataba a mi padre (y a todos, cualquier que le conociera lo sabe) cada vez que le llevábamos el coche para revisarlo o arreglarlo. Incluso para que mi padre no tuviera que molestarse se ofrecía a llevármelo a casa… Cuando volvía a casa, mi padre me recordaba cómo le había tratado.

Y tantas otras hermosas anécdotas vividas por todos sus compañeros con él en solo tres años, tres años que no deberían haber terminado.

Pero hay una última anécdota que recuerdo especialmente: propuse quedar para trotar por nuestros Cerros, él pensaba que vendría más gente, así que me dijo: Don Manuel, lo siento, Usted querrá ir más deprisa que lo que yo puedo ir. No sé qué le dije exactamente, pero por supuesto que no le hice mucho caso, así que trotamos aquel domingo durante hora y pico, a su ritmo, disfrutando. No recuerdo la conversación, la verdad, pero este domingo llegó el momento de devolverle unas migajas de su generosidad, su educación y su constante preocupación por todos. Tenía que correr mucho, en el límite de lo que puedo dar ya, pero no dudaba de poder hacerlo y lo hice. Fue fácil, porque bastaba dejarse llevar hasta el 25, apretar los dientes hasta el 38  y sacar toda mi rabia hasta la meta, la rabia que da no poder volver a ver la sonrisa de una persona única nunca más.

Hasta siempre, compañero. Aunque te parezca imposible, cruzaste la línea de meta de la maratón de Florencia e hiciste un buen tiempo. Te lo digo yo, que te llevaba y te llevaré siempre en mi recuerdo, como lo harán todos tus compañeros.

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