En unas de las ciudades más encantadoras de las que he
conocido, Florencia, tenía intención de conseguir marca para Berlín. Hasta el
14 de noviembre tenía mis dudas y miedos, como siempre… y más tratándose de una
maratón, la decimoquinta creo. Supongo que todos buscamos la motivación
constantemente, y es obvio que la encuentra uno a veces donde menos la espera.
Desgraciadamente, un puede puede encontrarla donde nadie querría hacerlo. Y ese
maldito lunes supimos que una gran persona nos había dejado para siempre; por
eso desaparecieron los miedos, supe que iba a conseguir el objetivo, que era
obligatorio conseguirlo.
Porque Dani era lo que todos llamaríamos un cielo, un
encanto... De esas pocas personas que se esconden cuando tú triunfas
para no quitarte protagonismo, pero que los tienes a tu lado si las cosas no
van bien y los demás ya no aparecen. Y da rabia, muchísima rabia, que las cosas
funcionen así, que se vaya la buena gente de esta forma. Y como no podía hacer
mucho más por él que correr y escribir esto en su memoria, eso lo que he hecho
en Florencia hoy y aquí lo cuento ahora.
Nunca olvidaré aquella tarde en Pareja donde todos teníamos
que llevar algo para compartir y él llevo, qué se yo, media docena de barras de
pan, media docena de botellas de refresco, dos empanadas... si nos descuidamos
nos da de comer a todo el equipo.
Nunca olvidaré aquel triatlón de Pálmaces que terminó como
un grande a pesar de que su envergadura no era la óptima para una prueba tan
dura, cómo me sonreía cada vez que me cruzaba con él, o la sorpresa al finalizar
la prueba, una vez más, cuando apareció con no sé cuántos litros de cerveza
para celebrarlo, ni la conversación que tuvimos en el viaje de vuelta.
Nunca olvidaré cuando me bautizó empezando a llamarme Don
Manuel, la única persona que sé que lo decía desde el más profundo respeto.
Ahora, cada vez que me lo llamen, me parecerá bien, aunque muchos no sepan por
qué me tratan de Don.
Nunca olvidaré cómo nos reímos en aquel triatlón en que nos
fueron a poner el número en el brazo y a él no le encontraban sitio entre tanto
tatuaje.
Nunca olvidaré cómo trataba a mi padre (y a todos, cualquier
que le conociera lo sabe) cada vez que le llevábamos el coche para revisarlo o
arreglarlo. Incluso para que mi padre no tuviera que molestarse se ofrecía a
llevármelo a casa… Cuando volvía a casa, mi padre me recordaba cómo le había tratado.
Y tantas otras hermosas anécdotas vividas por todos sus
compañeros con él en solo tres años, tres años que no deberían haber terminado.
Pero hay una última anécdota que recuerdo especialmente:
propuse quedar para trotar por nuestros Cerros, él pensaba que vendría más
gente, así que me dijo: Don Manuel, lo siento, Usted querrá ir más deprisa que
lo que yo puedo ir. No sé qué le dije exactamente, pero por supuesto que no le
hice mucho caso, así que trotamos aquel domingo durante hora y pico, a su
ritmo, disfrutando. No recuerdo la conversación, la verdad, pero este domingo
llegó el momento de devolverle unas migajas de su generosidad, su educación y
su constante preocupación por todos. Tenía que correr mucho, en el límite de lo
que puedo dar ya, pero no dudaba de poder hacerlo y lo hice. Fue fácil, porque
bastaba dejarse llevar hasta el 25, apretar los dientes hasta el 38 y sacar toda mi rabia hasta la meta, la rabia que
da no poder volver a ver la sonrisa de una persona única nunca más.
Hasta siempre, compañero. Aunque te parezca imposible,
cruzaste la línea de meta de la maratón de Florencia e hiciste un buen tiempo.
Te lo digo yo, que te llevaba y te llevaré siempre en mi recuerdo, como lo
harán todos tus compañeros.
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