viernes, 1 de mayo de 2015

Brevet de Yepes

Hoy tocaba experimentar. Ya el año pasado intentamos hacer una brevet de 200 kilómetros, pero los organizadores no nos lo pusieron fácil (por decirlo educadamente). Este año no ha habido ningún problema (no hay razón para que lo haya, ciertamente). Las brevets son pruebas de larga distancia que se realizan bajo un reglamento homologado por el Audax Club Parisien y que se celebran sobre distancias de 200, 300, 400, 600 y 1000 kilómetros que deben de ser cubiertas en un tiempo máximo marcado en función de la distancia. Tiene su maximo exponente en la París-Brest-París que se celebra cada cuatro años en Francia.

Punto de salida (y llegada)
La de hoy es organizada por el Club Ciclista de Yepes. En la salida nos hemos dado cita unos ochenta ciclistas, calculo yo. El día ha amanecido muy agradable y propicio, a priori, para no sufrir demasiado. Luego el viento ha hecho de las suyas. Una vez recogido el cartoncito donde registras tu paso por los lugares marcados por la organización, y la hoja de ruta que describe el recorrido y los tiempos de paso, nos hemos puesto en marcha en plan grupeta masiva. Bien pronto algunos grupos se han despegado del grupo general. No obstante, llevar un ritmo demasiado alto no parece buena idea. Los organizadores no solo fijan unos tiempos de paso máximos, también mínimos. Supongo que se trata de dejar claro que no es una prueba competitiva. 

El grupo se ha mantenido razonablemente unido unos 30 kilómetros, después ha empezado a trocearse. Como yo iba solo, me he unido a un grupo que iba quizá más fuerte de mi previsión, pero me he metido en él hasta que hemos llegado al primer punto de control, en Los Yébenes. El ritmo, a pesar de que el viento molestaba de lado, casi 29 km/h. Al reemprender la marcha, los grupos se trocean aún más. Afortunadamente he logrado meterme en uno con otros siete ciclistas. Y es que a partir de Los Yébenes, el viento daba totalmente de cara. Sin convenirlo, nos hemos puesto a dar relevos los ocho durante unos 25 kilómetros. Yo nunca había hecho algo así, me he limitado a observar y hacer lo mismo. Eso ha hecho que el ritmo apenas bajara, pero pronto han aparecido las primeras bajas y el grupo ha quedado desarbolado. Así que, por delante, 25 kilómetros más de viento de cara hasta Retuerta del Bullaque. Ale, toma brevet.

Tampoco me puedo quejar, el ritmo medio hasta el punto más alejado del origen ha sido de más de 27,5 km/h. En la gasolinera sello la credencial (no puedo evitar llamarla así, es que me recuerda El Camino de Santiago), como algo, bebo coca-cola, pis y a darle otra vez. Los siguientes 50 kilómetros son los mejores. Sigo definitivamente solo y no me pasa ni paso (ni veo siquiera) un solo ciclista. Campos verdes, rojos, amarillos, violetas... buitres en el cielo (estamos cerca del Parque Nacional de Cabañeros), montes por todos lados, pocos pueblos, constantes subidas y bajadas, pero lo mejor: el viento de culo. Eso hace que suba la media por encima de 30 km/h después de 150 kilómetros.

Como no me he fijado en los detalles, llegando a Los Yébenes me entran las dudas. El recorrido de ida no es el mismo que el de vuelta. Y cuando llevas 150 kilómetros, las dudas no molan. Consulta la hoja de ruta y resuelvo bien. Aún así, le pregunto a una señora, que se empeña en mandarme por la autovía (¡¡¡Por el amor de Dios, señora!!!). Finalmente encuentro el camino, pero cuando llego a Mora, meto la pata. Como se me está acabando el agua, decido no circunvalar y entro en el pueblo, en busca de una fuente. No la encuentro, pero tampoco me agobia el asunto. Lo que sí pienso es que igual estoy haciendo un kilómetro menos, pero al final todo es un error: aparte de no encontrar agua y pasar un rato consultando el GPS (mientras unos vejetes me dicen que deje la bici y me tome un vermú -lo juro-) compruebo que hecho un par de kilómetros más.

Pero al final encuentro el camino: me quedan 29 kilómetros para Yepes, el viento sigue dando de lado y decido parar un momento (es que llevo ya setenta y tantos kilómetros desde la última parada) y entonces pasa un ciclista. Ni saluda, por cierto. Me tomo lo único que me queda, un gel, y me pongo en marcha sin intención de parar. Al poco tiempo alcanzo al ciclista (al que, por supuesto, saludo con una amplia sonrisa) y la cabeza ya solo descuenta kilómetros.

A unos cinco de Yepes, pasado Huerta de Vadecarábanos, hay una subida deliciosa, prolongada, con viento de cara, sin agua y con doscientos kilómetros en las piernas. Me anima que veo al segundo ciclista en todo el recorrido de vuelta. Y cuando veo la punta de la iglesia de Yepes, aún me animo más.

A partir de ahí, poco más que contar. El cartoncito con los sellos lo dejas en el bar Makeda (muy simpáticos y la coca-cola muy rica), ya que parece ser que la organización lo envía a Francia para su registro. No sé qué implica, pero supongo que me he ganado el derecho a hacer una brevet de 300 kilómetros (creo haberlo leído). De momento, no entra en mi planes... pero entrará. De forma resumida diré que, como experiencia, me ha parecido muy agradable, bastante duro por la distancia y el viento, el recorrido precioso, pero en cualquier caso no hay color entre ir solo e ir acompañado.

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