viernes, 25 de mayo de 2012

Mi primer triatlón olímpico

Hito cumplido: terminé un triatlón olímpico. Y satisfecho. Contento, no; contento estaré cuando quede en el primer tercio de mi grupo de edad, pero satisfecho. Y también agradecido: a todos los compañeros y familia que estaban allí, porque hizo el antes y el después mucho más agradable. Pero contento, no, solo satisfecho. Además, fue una tarde bien aprovechada: aprendí bastante cosas, de puro sentido común muchas de ellas.

Con frecuencia se me olvida lo que, medio en serio medio en broma, he repetido mil veces a otros corredores: que uno tiene unas circunstancias, que el resultado final depende de tus capacidades, del tiempo que entrenas, del tiempo que descansas, de tu experiencia y de mil cosas más. Me faltaba repetírmelo a mi mismo. Not anymore, I promise.

Ayer fue un día duro, y no precisamente por el triatlón. Y la semana también. Y la anterior ya ni comentarlo. Por eso, también medio en broma medio en serio, que da igual el orden, y siguiendo la tesis de Carlitos, me había fijado tres objetivos: salir del agua contento, conseguir una media de 30 km/h. en la bici y pasar a diestro y siniestro en carrera. Cuando me preguntaban por el tiempo, la respuesta era: 2:34. Objetivos claritos. Los dos primeros, cumplidos; el tercero, en absoluto.

Aproveché el calentamiento en la natación para diseñar la estrategia: ocuparme de respirar y punto. En la salida de la natación, Carlos me presenta a un "Guadalajara", alto y mayorcito como yo, pero que al parece nada como un pez. De hecho, había cruzado el Estrecho. Con la conversación se me pasó la espera volando. Tercera serie, gorrito amarillo. Pum. Al poco ya estoy casi solo, pero sin ningún agobio.  Respirar, respirar. La salida es tan amplia que me da la sensación de estar solo al poco... igual estaba solo. Corrijo constantemente la trayectoria, pero no creo que me desvíe mucho. Cuando estoy acabando los primeros 750 m. no estoy preocupado, eso si: es evidente que soy de los últimos. Al tirarme me entra agua en las gafas. No problem: lo arreglo y sigo con total confianza. En este último tramo me adelantan algunos neoprenos con gorrito blanco, también adelanto algún gorro rojo (creo que nunca había adelantado a nadie, je,je). Al final, salgo como quería: relajado y contento porque ya no tengo nada en contra que me puede vencer.

La transición supongo que fue mejorable, pero salió mejor que la primera vez aquí mismo. Empiezo a estar mentalizado de los pasos que hay que dar y me había estudiado bien los recorridos. Vamos a por la primera vuelta. Esta vez llevo el crono, para ver cómo voy. Contando una vuelta, cuento las cinco: Bego y Carlos animando en la primera subida; adelanto a corredores individuales en todas las subidas sin esforzarme demasiado; solo me doblan grupos (quizá no me costaría engancharme a alguno, pero no es el objetivo hoy); a medida que caen kilómetros, me empiezan a molestar las lumbares; en las bajadas aprendo que no hay por qué frenar y cae algún 60 km/h.; la verdad es que el suelo no es el mejor posible, pero disfruto.

Eso sí, tengo necesidad de beber casi de continuo. Afortunadamente Jesús me recordó llevar agua (que ya me vale) y había llenado el bidón, pero al final estaba deseando enganchar el agua que me esperaba en el circuito de carrera. Calculo que bebí 2,5 litros ayer entre el antes y el después y no fue suficiente: cuando llegué a casa estaba sediento. Me descalzo bien y entro cómodo a la T2.

Pero cuando empiezo la carrera a pie me doy cuenta de que no iba a poder ir a 4:00 como esperaba. Me faltaba aire en el pecho y, sobre todo, fuerzas. No dejé de pasar gente en toda la carrera, pero sentía que iba parado. Noveno de 35 en mi grupo de edad, pero... ¡¡¡ 46 minutos !!! Esto es un entrenamiento suave, casi trote cochinero. Supongo que es el resultado del esfuerzo previo, del calor y de la falta de entrenamiento, pero no me lo esperaba. Normalmente, cuando veo a familiares y amigos acelero el ritmo: ayer era imposible. Una sonrisa todo lo más. En cada vuelta necesitaba acabarme la botellita de agua. Al final, 2:44.

En resumen, satisfecho. Lo de ayer fue una lección de respeto a la prueba: hay que entrenar más y mejor para conseguir estar más adelante. Pero también es cierto que no era el mejor día. Lo del peso es un buen indicador: cuando corría pesaba 75 ó 76 kilos cuando estaba fino; ahora peso 75 y a pesar de todo lo que bebí, cuando llegué a casa pesaba 73 kilos.

Como dice Kilian en su libro Correr o Morir, "ganar es vencer a nuestro cuerpo, nuestros límites y nuestros temores". Ayer vencí a algunos de mis temores, ahora le toca a los límites.

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