Fue hace poco menos de un año que
decidí correr la maratón de Berlín. Entre las formas de inscripción está la de
batir una cierta marca, y así lo hice. No sé si conseguir plaza sin esa marca
es complicado o no, pero allí había 44.000 personas. Nunca he corrido una
maratón en septiembre y decidí que de ninguna manera iba a afectar a las
vacaciones familiares, así que el entrenamiento se limitó a mantener cierta
forma tras el Ironman de Frankfurt. Entrenamiento de calidad: cero (más exactamente:
cero absoluto).
La inscripción para Berlín no es
barata si comparas con otras maratones más cercanas, pero es barata si la
comparas con las maratones de Nueva York, Chicago o Boston. Aunque, eso sí, si
quieres una camiseta de finisher, te la compras. Y si no tienes chip, 6 euros
por el alquiler. Y tienes que optar por guardarropas a la llegada o poncho,
ambas o no. En fin, que las chuches te las pagas tú.
|
La pulserita |
La feria del corredor, donde
recoges dorsal e imperdibles (que no se respire pobreza) y la pulserita, está en el antiguo
aeropuerto de Tempelhof, cerrado en 2008 porque no pueden aterrizar aviones
grandes y al ser tan “urbano”, no puede crecer. La feria, como todas, salvo por
el pedazo BMW que se supone que abría carrera. Compré geles (que se me habían
olvidado en casa) y me hice con un cartel de recuerdo. No me queda claro por
qué me revisaron la mochila al salir ¿no debería ser al entrar? Quizá era por
si había robado las llaves del BMW. En fin, cosas de alemanes. Como el
transporte público funciona de lujo, el mismo billete (familiar) para venirte
del aeropuerto te vale para moverte por todo Berlín y volver al hotel. Igual de
cómodo que aquí.
6:00 AM. Arriba. He dormido bien
y me encuentro bien. Desayuno, visitas a Roca las veces que haga falta, revisar
todo con cuidado y una vez que estamos listos, toda la familia hacia el
Tiergarten. No sé si alguna vez he tenido menos nervios en una carrera, probablemente
porque no siento ni la menor presión. Las piernas están para poco más que
acabar, así que la estrategia es trivial: salir a un ritmo cómodo hasta que deje
de serlo, y en ese momento, seguir a ese ritmo incómodo hasta que cruces la
meta.
|
La salida... |
Ya en mi cajón (C), se me acerca
un chaval con camiseta roja de un equipo riojano y me dice: “Hola, yo conozco a
Abi”: qué pequeño es el mundo. Después de saludarnos, me empieza a comentar sus
tiempos y sus expectativas… y me recuerda a mí mismo hace muchos años. No le
cuento que yo no he hecho ni una serie, que entreno muchas veces sin reloj, que
estoy allí por puro placer y que llevo el reloj porque he quedado con mi
familia en el punto de encuentro a una cierta hora. Lo mejor es que nos distraemos
charlando hasta que presentan a los tres hombres y mujeres favoritos. Como en
Nueva York, impresiona estar tan cerca de los mejores, alucinante saber tres
horas después que nunca antes había estado tan cerca de un récord mundial.
Enseguida comienza a sonar música celestial (creo que de Jean Michael Jarre), mientras el speaker dice “sixty seconds... thirty seconds”, la piel
de gallina una vez más y… ¡pum!
|
Km. 19: animación de lujo |
No he descansado bien durante
meses. Es toda la explicación que puedo dar para explicar el estado de mis
piernas y el resultado posterior, pero ya es tarde para llorar. Me dejo llevar
y los kilómetros empiezan a caer según lo planeado, más o menos a 4:10. Las piernas se
quejan desde el primer kilómetro, pero eso es todo: la cabeza manda, es de lo que estoy orgulloso: nunca falla. El
ambiente es fantástico, la temperatura es buena (algo más de fresquito no me
hubiera importado), no hay sufrimiento relevante. Hacia el km. 14 veo un negrito
caminando (luego supe que era una de las liebres, que ya había explotado). Sigo
cómodo (si sentir las piernas como las siento es estar cómodo 8-). Pero cruzo
la media en 1:28:30 y aunque sé que queda lo bueno (digo, lo malo) empiezo a fantasear con que podría bajar de 3 horas, dado que
sigue sin costarme apenas seguir el ritmo que llevo.
|
Km. 32: cariñitos a la familia |
Pero no. En el km. 25 se
materializa "la maldición de mi tía Paca". Hace unos años nos encontramos en un
velatorio, le dije que estaba muy bien y que hacía mucho deporte. Y me dijo que
aprovechara porque cuando llegara a los 53 años, entonces me iba a enterar. Silencio
absoluto… Maldita sea ¿sería verdad? Era verdad: uno de los músculos isquiotibiales que yo
tengo en la pierna derecha (o todos, no sé) se empezaron a contraer sin
remedio. Bromas aparte: ya había pasado por ello en Castellón en 2010. Si seguía trotando y
medio cojeando la molestia solo era molestia, pero si apretaba, aquello subía
de intensidad… y me iba a pasar lo que en Castellón. En el km. 31 me paro en un puesto
médico para pedir ayuda (o sea, help). Desgraciadamente di con el único médico alemán que no
habla inglés y que no entiende la palabra “contracture” ni siquiera “contraction
in this muscle” (ya hablando como los indios) mientras le señalo el músculo con los
dedos. En fin, se me ocurre decirle que si tenía Réflex (que ahora sospecho que
es una marca española), con el mismo resultado: el tío empeñado en darme
vendas, tres o cuatro veces. Total, que le doy las gracias y a seguir padeciendo. Supongo que al
verme ir pensaría “pues no estabas tan mal si te vas sin las vendas”.
Avituallamientos cada 4
kilómetros o menos. Muy bien, menos la alfombra de vasos de plástico (somos muy guarros): no quiero
pensar cómo queda el suelo cuando pasa el último. Muchísima gente y animando
bien, pero eso sí: hay algo que es muy mejorable en la maratón de Berlín es la
animación musical. En Nueva York solo había grupos de rock y alguno de góspel,
pero con alegría, leches. Aquí es deprimente: jazz, cantautores tipo Lluis Llach,
cantos regionales, bandas de barrio tristes, música clásica, pop… y alguna de
rock o de percusión. Mira que me gusta casi cualquier tipo de música, pero para
correr, poco más que rock… y cuanto más duro mejor.
Acabo. Me pasa mucha gente, como
era lógico. Me alcanza el globo de las 3 horas. Así que ya solo queda
arrastrarme. Como la pierna derecha no puede trabajar al 100%, la izquierda se
come el trabajo (menos mal que no me lesioné). Es ahora, viendo las fotos del final cuando veo cómo me ha cambiado la cara. Pero el cielo está cerca: cruzar por debajo de la Puerta
de Brandenburgo, a unos 300 metros de la meta, es un momento precioso si
piensas en lo que representa esa puerta; sigo (pensando que al menos estoy haciendo el mismo tiempo de mi primera maratón) y cuando quedan 100 metros lo oigo: “Two hours, one minute, thirty nine seconds”.
El italiano de al lado me mira con los ojos abiertos y yo asiento con la cabeza:
“sí, lo que crees que has oído es lo que has oído”.
Antes de acabar, mi opinión sobre
ese récord del mundo, visto que es fácil encontrar comentarios de gente
hablando de doping. Soy naturalmente confiado, creo que los deportistas no son
tramposos y que todo el mundo merece credibilidad, a priori. En la foto se ve un
recorte del diario AS con las predicciones de la revista Track and Field para
el año 2000. Es de 1984 y me dio por guardarlo entonces a ver… El récord en maratón estaba
entonces en 2:08:13 y para 2000 pronosticaba 2:04:20. Y creo que no se
consiguió hasta bien después. No es fácil, pero los límites deportivos son para
romperlos, y se rompen. Lo pongo solo por dar perspectiva.
El problema es que lo ha
conseguido como Usain Bolt consiguió el 9’58 en los 100 metros, como alguien que está por encima
de los mortales. Pero es que este señor siempre ha sido un crack (no es alguien
del montón que de repente despega). De niño trabajaba como cabrero, y como a
tantos keniatas, le tocaba ir al colegio y volver corriendo. He leído que es
muy metódico en sus entrenamientos y además tiene la edad perfecta. Y luego está
Berlín, el reino de los récords mundiales, por lo que sea (aunque yo casi he
hecho la peor marca de mi vida 8-). Si encima añades buenas liebres a la
coctelera, yo me creo el récord. Es mi opinión.
Termino: Nueva York, 10; Berlín,
9; Chicago, 7.