sábado, 27 de agosto de 2016

Half de Guadalajara

Nunca harás un half sin aprender algo nuevo.

Estoy seguro de que nunca había preparado con tanto cuidado ninguna prueba como el half de Guadalajara de este año. Mi forma no era la mejor el sábado pasado y ya sabíamos todos que no iba a ser fácil, pero fue mucho más duro de lo previsto. Hace muchísimos años alguien me enseñó que cuando haces una barbaridad como un maratón, corres el peligro de perderle el respeto. No creo que sea mi caso, pero todas las expectativas se fueron al garete nada más salir del agua.

11:30. Salimos en el autobús camino de Pareja, con la inestimable enciclopedia del triatlón que es Jorge como compañero de viaje, que hizo que se me pasara el viaje sin darme cuenta. Llegamos y buscamos una pequeña sombra para comer todos. Con total tranquilidad, coloco cada cosa en su sitio, reviso cada detalle y me voy a dejar la bolsa en el guardarropa. Me avisan de que el neopreno no está permitido. Sonrío y bromeo: ya sé que no los aparento, pero yo tengo 51.

14:30: Inicio el camino hacia la playita de salida. No me doy cuenta, pero me estoy quemando la planta de los pies. Una vez allí, me pongo el neopreno e intento refrescarme un poco, pero enseguida nos salimos del agua porque la salida de las chicas, 5 minutos antes que la nuestra, es inminente. Pero la salida se retrasa un rato porque la Guardia Civil no termina de dar el visto bueno para comenzar. Todo esto con el neopreno puesto. Llega nuestro momento, me pongo atrás, como siempre, y a nadar. Muy cómodo, sin agobios, sin peleas, motivado… 36:29 para 1.900 metros puede parecer mucho, pero por primera vez en mi vida veo muchas bicicletas en boxes. Y es que no he salido de los últimos. Sí, llevo neopreno, pero sé que no es solo eso. Subidón.

Subidón breve, porque en cuanto empiezo la T1 noto que algo me pasa. Simplemente: no tengo fuerzas. No pasa nada más (y nada menos): no tengo fuerzas. No tiene ninguna lógica, aparentemente. Estoy vacío nada más salir del agua. Sorpresa: “¿Y ahora qué hago?”, ¿Qué está pasando aquí?”. Nunca me ha pasado nada igual. Desde el primer metro de bicicleta hasta que terminó la subida de Lupiana, todo son pensamientos negativos: “No puedo llegar así”, “¿Cómo se retira uno en un triatlón?”, “¿Cuándo va a dejar de pasarme gente?”, “¿Me cogerá el coche escoba?”, “Maldito viento caliente bajando el valle de San Andrés”, “Maldito viento caliente bajando desde Brihuega”, “¿Cómo puede ser tan larga la subida hacia Lupiana?”… En los avituallamientos me inflo de agua, me obligo a comer, no dejan de pasarme ciclistas, pero no me importa, solo quiero a llegar a Guada, pero durante casi tres horas me parece imposible que luego pueda correr…

Al final de la última subida aparece Ángel y con su cencerro y sus ánimos me saca la primera sonrisa. Junto con el litro de agua del último avituallamiento, la bajada, la conversación con Vicente y que decido subir sin usar la cabeza (no brain), el cuerpo parece que se recupera un poco, que algo está mejorando, y por primera vez decido que al menos voy a correr una vuelta. Sigo  animándome, empieza la bajada, alcanzo a una chica, recupero un poco y alcanzo a Vicente. Y por fin empiezo a sentirme mejor (cansado y contrariado, pero no muerto).

Vamos a por esa T2. Dejo la bicicleta y con las primeras zancadas me doy cuenta de que la planta de los pies está tocada (lo había olvidado), pero allí está la familia: tal vez puedo terminar, no sé qué tal lo haré, pero debería intentarlo o me arrepentiré... Al poco de empezar me encuentro a Torito, con un cartel que no olvidaré nunca (y aquí lo dejo para siempre) con toda su familia jaleando como si no hubiera mañana. Vale, decidido: voy a terminar. Se me va Vicente, yo no puedo ir tan deprisa, me paro a hablar con Bego, le lloro un poquito para que me dé mimos (nenaza), pero le aseguro que voy a terminar. Más adelante, en el corazón de la carrera, más ánimos de la marea roja. Sigo fundido, pero por fin llega el agua fresca. Dos botellas: una para dentro, otra por encima, bajo, subo, bajo, vuelvo a subir y… click, el motor empieza a carburar, cuatro horas y media después de la salida, qué se le va a hacer, encendido lento. Ya no siento el calor, me quedan fuerzas en las piernas, ya soy yo, ya soy feliz. Vamos, vamos, vamos… 

Y así tres vueltas más, disfrutando de la animación, de las chicas de abajo que te hacían la ola, de mis compañeros, de Ángel que va y viene, de mi familia, de los saludos con mis compañeros de fatigas. Me recuperé al final, pero si no hubiera estado así de arropado, abandono. Hubiera sido la primera vez, pero afortunadamente no tocaba.

En resumen, un half para no olvidar: jamás había hecho mejor natación (42%) ni peor bicicleta (74%). Vigésimosexto en la carrera a pie y cuarto de mi grupo de edad constituyen un resultado fantástico. Y lo más importante: la lección aprendida con el neopreno y la satisfacción de haber mantenido el cuerpo de pie gracias a la cabeza.


Empieza la temporada 2016/17.

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