
Me levanto a las 6:45 y, mochila de agua a la espalda, a las 7:10 ya estoy trotando. Por lo que sea, pronto me viene a la cabeza aquellas vueltas a La Ojeda (Palencia) de 34 kilómetros cuando preparaba mi primer maratón allá por 1.994 ó 95. Voy escuchando un bootleg de Sting. Cuando dice "A gentleman will walk but never run", sonrío y discrepo.
Llevo ya 6 kilómetros cuando llego al punto en que se daba años atrás la salida de la carrera Subida a Los Santos de la Humosa (¿volverá a celebrarse alguna vez?). Todavía hace fresco. El recorrido coincide con el de la carrera hasta la primera cuesta que sigue a la hondonada previa al subidón: la carrera gira hacia Los Santos, pero yo me vuelvo hacia abajo. Me como la primera barrita. Es poca la bajada. Pronto empieza la parte peor.

Cuando llego al pie del Ecce Homo, las zapatillas ya van solas, se saben el camino. Muy cansado, claro. De hecho, sé que es una barbaridad meterse 24 kilómetros cuando a la semana muchas veces no los acumulo. Pero voy despacio y disfruto. En casi dos horas no he visto a nadie, pero a medida que me acerco al Zulema empiezo a cruzarme con ciclistas y corredores.
Eso es todo. Más de dos horas y cuarto. Con lo que no contaba era con la alergia. Y es que este año los niveles de polen de gramíneas están disparados. La rodilla tampoco está muy contenta. Ya solo quedan las tres des: ducha, desayuno (pantagruélico) y a descansar...